Blogia

el cajón de las metáforas

Lánzate a la piscina, creo que vas a ser una buena psicóloga clínica. De verdad. Se va acercando el temido momento del vacío, de terminar los estudios y tener que enfrentarme a una página en blanco que no sé cómo rellenar. No es fácil encontrar trabajo, llevo dos años apuntada al paro, a múltiples sectores (entre ellos el de psicología), y apenas me llamaron una vez para hacer una entrevista de pre-selección en una tienda de cosméticos. El máster creo que no va a cambiar mucho la situación, y una vez terminado, quiero dedicarme a lo mío, a lo que me he estado formando durante tanto tiempo, por lo menos a tiempo parcial. Le he estado dando vueltas y creo que voy a buscar nuevos retos, aparte de esperar a que me llamen. Dos ideas me rondan por la mente, relacionadas con lo mismo: con montarme algo por mi cuenta. Sé que poner una placa en la puerta y un anuncio en le periódico no me va brindar pacientes por arte de magia, aunque desearía que fuera así, sería todo más fácil. Debo darme a conocer de alguna manera para conseguir captar pacientes. Colaborar con alguna entidad, ofrecer algún servicio en el que pueda dejar mi futura tarjeta. ¿Charlas, talleres? Se me ocurren temas y maneras. Tengo una compañera de máster que es mi referente en cuanto a emprendeduría, una fuente inspiración, y está dispuesta a echarme una mano. Me da miedo el fracaso, pero no tengo mucho que perder. Necesito, una vez termine el máster, tener algo en lo que emplear mi motivación, mis ganas. Tener una ilusión por la que seguir levantándome pronto por las mañanas, y que no sean unas tediosas oposiciones.

Hay otro punto. Mi compi del máster acaba de mandar unos cuentos infantiles a varias editoriales, y algunas le han contestado interesándose por ellos. Ello me ha encendido una bombilla, ¿y si escribiera algo relacionado con la psicología? No algo explícitamente de autoayuda, que lo odio, pero algo como los "cuentos para pensar" de Jorge Bucay, a mi estilo. ¿Por qué no emplear algo de mi futuro tiempo libre a escribir? Sé que hace tiempo que no siento la inspiración, pero creo que en breve eso va a cambiar. Es momento de ser valiente.

Hacía días que esperaba ese mensaje, y sin embargo, al recibirlo, me he entristecido un poco. Desprenderme de esos apuntes que me han acompañado durante dos años de intensas e interminables maratones de estudio, supone sellar el punto y final del pir (y recuperar algo de la inversión, que tampoco viene mal). El fin de un proyecto frustrado, por buen resultado que obtuviera. Me molesta un poco. Me rondaba la idea de presentarme de estrangis, sin decírselo a nadie, estudiando a ratos libres, a días sueltos. Conseguirlo así hubiera sido apoteósico, digno del mejor post de la historia de este blog. Sigo teniendo mis resúmenes (no me iba a desprender de todo, después del trabajo que me ha dado), lo que resulta tentador y me da ese resquicio de esperanza que necesito conservar siempre. Pero realmente quiero dar carpetazo, y concentrarme en un nuevo desafío. O disfrutar de las horas, de los días, y tener vida y horizonte más allá de los libros.

Mediados de junio, unos pocos días de relax. Nuestras primeras vacaciones en años. No he terminado todavía los tortuosos trabajos del máster, pero no puedo esperar más, necesito un paréntesis, un sorbo de fuerzas para afrontar el último esfuerzo con ganas. Aire puro, montañas, vaquitas, rayos de sol, qué más puedo pedir, agua, pues toma agua, tras pasear y corretear por un prade verde, rodar por la ladera de la montaña entre flores y mariposas, cuando empiezo a entrar en comunión con la naturaleza y el mundo, hundo ambos pies en el agua enfangada de un pequeño riachuelo cobijado por altas hierbas silvestres que me despierta del bucólico sueño, y me hace descender de la montaña como si me persiguiera el diablo, intentando disimular al pasar ante lugareños, pero mis bambas, chorreantes y antes blancas, llaman mucho la atención.

Es el primer día. Tengo que volver a la montaña, hemos venido a eso, y no tengo más que unas sandalias. Planto las bambas en la pica del lavabo. Está el fango reseco, ha empapado todo el interior, no sé ni por donde empezar. Es desolador. Suspiro y me miro al espejo, cuando de repente, veo en la esquina inferior del espejo, el reflejo de mi solución. Hay.. una lavadora. Já.

En un primer momento pienso, no hombre no, estás de coña, con los antecedentes que tienes. Vuelvo a mirar a la pica, a esa imagen desoladora, y de reojo, sigo observando la lavadora: parece bastante vieja, sólo tiene un botón. Uno. Sopesándolo bien, en el pasado han ocurrido accidentes, sería mucha casualidad que volviera a suceder algo extraño o desafortunado. No creo que me vaya a pasar otra vez. Ya sería de broma. Le llamo y se lo comento. Él siempre es muy optimista. Me dice que le parece una buena idea, y que de paso podríamos poner los pantalones, también enfangados hasta media pierna. Me convence, aunque no mitiga mis miedos. Le pido que aprete el botón, no quiero cargar otra vez con esa responsabilidad. ¿Y qué programa ponemos? Le susurro lo que me parece el programa más agresivo, de 60 grados, que se acompaña del dibujito de una camiseta con dos manchurrones. Ojalá sólo fueran dos manchurrones. Le da él al botón y la lavadora empieza a funcionar. Río en mis adentros con una risa malévola, me siento poderosa: creo que he conseguido esquivar el maleficio de las lavadoras. Las bambas retumban con fuerza en el tambor de la lavadora, que se cubre de un manto jabonoso. 

Pasa una hora. Dos. La lavadora ha dejado de dar vueltas. Quizás ha terminado ya. Tiene toda la pinta. Pero las bambas están flotando: flotando en agua. Ese agua no debería estar ahí. Pero no tiene pinta de evaporarse. Ya empiezan esos sudores fríos. Le llamo. Qué hacemos. Pues habrá que abrir. Genial. Vale, tu abres rápido y yo sujeto un cubo debajo a aver si consigo coger el agua. Allá vamos: por por más ágil que intento ser en mis movimientos, el agua cae como una cascada en todas direcciones, no sé como parar esta hemorragia, muevo el cubo a todos lados y no sé cómo ponerlo para pillar algo. Él intenta atrapar las bambas, pero el espacio es reducido, nos molestamos el uno al otro y ninguno hace bien su cometido. Calma. Tenemos ya las bambas y los pantalones en nuestras manos. Están totalmente enjabonados. Y en la lavadora todavía hay agua, la que no llega a la puerta. ¿Y si volvemos a intentarlo, con un programita de aclarado? Total, ya estamos empapados, el agua sale del baño y asoma feliz y desbocada por el pasillo, y hay que hacer algo con la que queda en la lavadora: ¿porqué no meterle más, a ver si empuja a la de antes? Es desesperante. Yo no sé porqué nos pasan siempre estas cosas. Tres diítas que salimos de casa. Venga, que no decaigan los ánimos, que son nuestras vacaciones. Volvemos a introducir los tejanos y las bambas en la lavadora. Cruzamos los dedos y ponemos lo que creemos, anhelamos, que sea el programa de enjuagado, un icono con dos gotitas. Es nuestra última opción, ya no se nos ocurre nada más que hacer, y aquí no tenemos cobertura para conectarnos a internet o llamar. Además me niego en redondo, ya hemos llamado varias veces para preguntar cómo encender la bombona de gas, el calentador y el horno, parecemos corquis, necesitamos asistencia para tirar del váter. Pero nos queda un poco de orgullo, y quiero seguir ocultando mi problema con las lavadoras. No voy a reconocerlo jamás fuera de este blog. Le damos al botón, al único botón posible, y la lavadora empieza a llenarse de agua de nuevo, nos vamos para no verlo. Son más de las doce de la noche, estamos cansados y apenas tenemos unos pocos canales de televisión para distraernos. Hay que aguantar. Un ratito después, la lavadora deja de sonar. Nos miramos: ha llegado el momento. Nos asomamos, temerosos, como si la lavadora nos fuera a atacar. Parece que esta vez se ha tragado el agua, y la ropa aparenta estar aclarada. Suspiramos, aliviados.

Las vacaciones continúan sin más percances, visitamos Ávila, Toledo, Salamanca. Hace un calor tremendo, pero vamos a un ritmo tranquilo, improvisado, paramos el coche en desérticas carreteras para fotografiar el paisaje, una culebra. Saboreo cada paso, cada mordisco o cada sorbo, no hay prisas, no estoy acostumbrada a esta calma y me encanta. A veces me asaltan remordimientos porque todavía me quedan importantes trabajos pendientes y no sé si podré dedicarles suficiente tiempo a la vuelta, pero intento distraerme y evadirme. En mis adentros pienso incluso que quizás debería haber pospuesto el viaje a cuando hubiera terminado todo, para experimentar una sensación completa de libertad y descanso. Pero por suerte no lo hice: el día que entregué el último trabajo, le llamaron para ir a trabajar al extranjero, y se esfumó toda posibilidad de viajar. Además conseguí cumplir plazos, y sacar un buen rendimiento, por lo que me siento muy satisfecha de no haber esperado un momento ideal que no habría llegado.

Me da miedo conducir. Siempre me ha dado respeto y he temido, por mi forma de ser despistada y mi dificultad para calcular distancias, chocar con otro coche. Me generan especial ansiedad las vías de varios carriles y grandes rotondas con tráfico intenso y el aparcamiento en general. Pero hay algo que odio especialmente: el arranque en subida. Me da pánico. Sé que por alguna extraña razón no voy a coordinar los pies y me voy a quedar clavada, cuando no descendiendo a golpecitos, mientras la gente me pita impaciente y observa atónita mi peligroso acercamiento, recordando con cariño mi familia, mi sexo y probablemente el color de mi pelo.

Como licenciada en psicología, conozco el funcionamiento del miedo. Sé como empieza, se generaliza y se perpetúa, y también sé cómo debería enfrentarme a ello. Pero también sé toda la retahíla de excusas y recursos de los fóbicos para evitar enfrentarse a su miedo, y hasta hoy he conseguido eludir los trances más complicados con estratagemas más o menos sofisticadas: con lo caros que son los peajes, con lo peligrosas y cansinas que son las costas del Garraf, con lo difícil que es encontrar aparcamiento, con lo caros que son los párquings y zonas azules/verdes, con lo a gustito que se va en el tren, que puedes además estudiar o dormir, hoy llevo tacones y son incómodos, estas sandalias planas también son incómodas, si es que no tengo el seguro a mi nombre, si es que aunque tengo el seguro a mi nombre, no está a todo riesgo, es que quiero beber alcohol... Y podría seguir, pero tampoco os voy a enseñar todas mis cartitas. 

Pero hoy él me necesitaba. Tenía que acompañarle a buscar su nuevo coche y traerlo de vuelta mientras él llevaba el coche de su padre. Te recuerdo con frecuencia lo que me molesta, lo que desearía que cambiaras o mejoraras, y seguiré haciéndolo con ahínco, pero hoy debo reconocer que tu apoyo incondicional, tu confianza en mí, tu firmeza en que podía hacerlo, me ha sorprendido y me ha llegado al corazón. Que alguien confíe en ti más que tú mismo, es algo a agradecer. En resumen, en una pequeña cuesta en una salida de las rondas de Barcelona, se nos ha puesto el semáforo en rojo, se me ha colado una furgoneta (intentaba ir pegadita al coche de su padre, porque aunque parte del trayecto lo he hecho cientos de veces, desde la posición del conductor toma una perspectiva distinta, cambia el entorno y desaparecen misteriosamente carteles y señales) y obviamente se me ha calado el coche. Tranquilita, he pensado. Tú puedes. Pero no arranca: pongo los warnings, gesticulo a lo loco a través de la ventana intentando llamar la atención de él, le digo a gritos que no arranca y empieza a formarse una importante cola detrás de mí de impacientes conductores que me pitan e intentan transmitirme mensajes de ánimo, a su manera. Él aparca y viene corriendo a socorrerme, yo no sé cómo he conseguido encender el motor, aunque huele a embrague chamuscado. Me intenta calmar, y me anima a que continue. Yo le pido acabar con esto, cógelo tú, llamemos a tu padre y que conduzca él el otro coche. Él repite mi petición, en forma de pregunta, pero se responde a sí mismo con una de mis más repetitivas lecciones de psicología, que ahora me devuelve como un boomerang directo a un ojo: escapar de lo que da miedo es reforzamiento negativo, y lo perpetúa. Vamos, me dice. Puedes hacerlo, te espero allí, ponte detrás de mí. Me insufla esperanzas, me vengo arriba, muy arriba, y el coche también: supero la cuesta, veo su coche, pero no paro, para quéee, sigo sola, sin saber muy bien porqué, acelero sin darme cuenta ante un semáforo en ámbar, agotando la última posibilidad de que mi atónito chico me alcance, que me ha visto pasar de largo y salir disparada, pero yo necesito resarcirme: ahora creo que puedo con todo: no me queda otra que llegar sola a casa y erigirme la heroína del día, pero enseguida me percato que he me pasado veinte calles de la que tenía que girar y ya no sé cómo volver. Por suerte encuentro una gasolinera y paro para llamarle, el pobre alucina en colores, pero viene otra vez al rescate, con cariño, sin reproches. Me abraza, me dice que lo he hecho muy bien. Esta vez me coloco detrás suyo y le sigo de cerca, aún así se me colan otra vez en un semáforo rojo en una cuesta. Otra vez la misma situación. Me late el corazón a cien. Veo aparecer su brazo por la ventanilla, haciendo un gesto de fuerza, su fuerza me llega: arranco sin problemas, llegamos sin más percances a su casa, donde me vuelve a abrazar con cariño, me dice que soy una campeona. No quiero saber qué campeonato he ganado, pero agradezco mucho su temple, su afecto, su esfuerzo por entenderme y ayudarme, a superar mis miedos: sé lo estúpido que suenan para los demás, para los que saben y disfrutan al conducir, y por ello valoro mucho que hoy hayas propiciado todo esto, y que por primera vez, no hayas permitido que me saliera con la mía y mi reforzamiento negativo.

Las primeras veces que te oí intervenir me caías bien porque tu acento me recordaba a una buena amiga. Te concedí el beneficio de la duda cuando mis compañeras me empezaron a comentar que no les caías bien, que ibas de sabionda.. Ahora, después de haber hecho un trabajo en grupo contigo, ya te puedo confirmar que no te soporto y tiraría bien fuerte de todos tus piercings visibles.

Es apenas una niñata de 22 años que en junio acabó la carrera, pero habla siempre desde un pedestal, dando lecciones y reafirmándose ella misma con una coletilla final en sus intervenciones de "esto es así". Es la típica hippilonda perroflautista que ha estado toda la vida metida en esplais y caus, y trata a los demás como si fueran sus niños del esplai, o peor, sus compis de la tribu. Siempre tiene en la boca palabras como prejuicio, tolerancia, justicia o respeto (aunque de eso sabe poco, porque interrumpe constantemente el turno de palabra de los demás, incluso del profesor), la solución a todo es la educación en la escuela, y confunde el participar con imponer siempre sus ideas. Siempre tiene algo que decir, y si no lo dice en público lo comenta con su perrito faldero de al lado (todo dominante necesita su sumiso), con ese murmullo de mosquito, pero no tarda en mandarte a callar como seas tú el que murmure algo ¡no te fastidia! Y trabajando en grupo, ahí si que ya me agotas. La capitana: la primera en ordeno y mando, en cortar el bacalao, en decidir qué y cómo hacer, ¿donde está la democracia que tanto predicas?... pero la primera también en desaparecer a la hora de ponerse a trabajar- es que treballo, tinc esplai.. Quedamos para trabajar a primera hora de la mañana y la tía aún nos enlentece porque antes de entrar en la biblioteca necesita encontrar a alguien que tenga papel de fumar, desesperada como un yonki, pero pintándolo como algo súper natural, por lo que comenzamos a comentar el trabajo en un banco.. cuando por fin consigue el papel de fumar, ve a una amiga y se va a fumar el cigarrillo con ella, desapareciendo del mapa por media hora. Cuando se reincorpora al grupo, nos suelta sus soluciones mangánimas como el que nos hace un favor, y ya se le ha hecho la hora de irse.. después se le enseña el trabajo que hemos hecho las demás, y se sorprende de que sus aportaciones de visita de médico hayan sido debatidas y excluídas, ¡pero si dijimos de hacerlo de otra manera!..

Y con de las chuches yo no sé cómo no te mandé ya al carajo (sí lo sé, porque todavía no habíamos acabado y presentado el trabajo, y porque eres tan cansina que prefiero ignorarte a tener que discutir con una pared). Teníamos que preparar una actividad dinámica grupal para hacer en clase, y a la nena no se le ocurre otra cosa que hacer una réplica del programa furor. Supongo que si de ella dependiera, traeríamos guitarras y cerveza, nos pondríamos en círculo y haríamos una hoguera con las sillas de la clase. El grupo en su mayor parte acepta, y la verdad es que tampoco tengo una alternativa a proponer, por lo que acepto también. Y en vez de dar minipuntos, se le ocurre (e impone) que demos chucherías a los grupos que ganen las rondas de canciones. Propongo conceder puntos, porque es más fácil y económico y no estamos en parvulario, pero a ella le parece el punto motivante de la actividad y por cojones hay que comprar chucherías para toda la clase. Eso sí, "hay que comprar", en impersonal. Nos envia mensajes a través del feisbuc para recordárnoslo, pero obviamente todas, incluidas sus amiguitas, pasan de ello. Incluso nos escribe (al feisbuc) el día antes de hacer la actividad en clase diciendo que está frente a una tienda de chuches, que si las compra (anda, ahora necesita que le den permiso). Obviamente, nadie vio el mensaje hasta pasado un rato, y aunque le contestaron a la media hora, dijo que ya no estaba allí... Y que ya no podría ir más, pero que había que comprarlas. Y nos fue mandando mensajes durante la mañana siguiente, a ver quién iba a comprar sus malditas chuches. Ni me molesté en contestar (sólo faltaría que siendo yo la que más se opone encima tuviera que encargarme de ello). Y llegó la hora de la clase y nadie había comprado nada, se hizo la actividad con puntos y la gente salió tan animada y contenta como si hubieran ganado un premio. Pero desde entonces se palpa una tensión entre nosotras, no nos hemos vuelto a dirigir la palabra, sé que esto le ha sabido a alta traición, y que en sus mundos de yuppi está penado con aguantar sus impertinencias de niña tontita consentida abanderada de todas las causas y de ninguna, que se cree que va a salvar el planeta pero justo ese día no va a poder.

Estamos en constante evolución. Caminamos, paramos, retrocedemos, probamos, caemos, nos levantamos, cambiamos el rumbo. Todas las experiencias propias y relaciones con los demás, para bien o para mal, y en mayor o menor medida, pasan a formar parte de nosotros, e influencian de alguna manera en nuestra forma de pensar y sentir. Cambian nuestros esquemas, o se reafirman, o se crean de nuevos. Somos todo cuanto hemos hecho, sentido, soñado, y también todo cuanto no hemos hecho, sentido ni soñado. Somos nuestras viejas y nuevas melodías. Somos nuestros éxitos y fracasos, aunque solemos fijarnos más en lo que hemos fallado.

La satisfacción con uno mismo no pasa por haber acertado siempre, por intentar eliminar lo que no nos gusta, porque aunque no queramos eso también forma parte de nosotros. Podemos intentar escapar y huir, pero cuando estemos exhaustos de correr, nos daremos cuenta de que continúa allí, que nos ha seguido como una sombra. También podemos negarla, intentar hundirla en el agua, pero en cuanto nos despistemos aflorará de nuevo a la superficie. Y mientras corramos o intentemos hundirla, seremos conscientes de que luchamos contra ella:  de que está ahí, y el malestar persistirá. Es un proceso duro, pero hay que intentar enfrentarnos a aquello que nos duele, y digerirlo. No se trata de justificarlo o menospreciarlo, si no de desmenuzarlo, analizarlo del derecho y del revés, observarlo desde fuera, sin juzgarnos, y extraer conclusiones, enseñanzas: porque una vez masticado, hay que ser capaz de tragar: de integrarlo en nosotros, de aceptarlo: de aceptarnos a nosotros mismos, perdonarnos y cerrar ese capítulo. Así se llega al equilibrio, a la paz con uno mismo. No podemos cambiar lo que hicimos, pero sí podemos cambiar cómo lo sentimos. Es necesario cerrar las heridas, aunque queden cicatrices, pero que sintamos esas cicatrices como parte de nuestro cuerpo, y que vernos en el espejo no nos duela. Ser conscientes de nuestros fallos y limitaciones es el primer paso para conseguir el progreso, la evolución, la mejora de nosotros mismos, que no se detendrá nunca: no habrá una cima tras la que nos sentiremos satisfechos y nos sentaremos a descansar: siempre habrá algo que mejorar, y la satisfacción vendrá de ese camino continuo de autodescubrimiento, lucha y mejora que nos motivará toda la vida. Los remordimientos nos impiden ese progreso porque nos anclan a un pasado que no podemos rectificar. Soltarnos esas cadenas no es fácil, supone esfuerzo y dolor, pero una vez acabado cada proceso, salimos reforzados, porque somos más libres y más nosotros. Cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles y nos merecemos vivir la única vida que tenemos con plenitud.

M’agradaria que em poguessis mirar als ulls i no sentissis culpa, perque jo ja fa temps que et vaig perdonar. M’agradaria que em poguessis mirar i somriure: i que poguessim tenir l’amistat que sempre, en silenci, hem trobat a faltar.

Seguramente cuando acabe su peculiar aventura de dar vuelta al mundo en bicicleta se hará famoso. Ha ido haciendo un blog con fotos, vídeos e incluso sorteos, y su pasado como guionista de un programa televisión seguramente le allanará el camino.

Me parece fascinante poder hacer algo así, poder tomarse más de un año sabático para viajar y recorrer el mundo sin prisas. Siempre he admirado (y envidiado) a la gente que es capaz de emprender estos viajes. En mi fuero interno, en algún lugar recóndito, todavía sueño con hacer algún gran viaje en mi vida.

Le conocí hace muchos años en una noche de fiesta. Se acercó con sus amigos e intentó ligar con nosotras, aunque en aquella ocasión no lo consiguió. Lo vi otra noche más, aunque poco recuerdo de ello porque ingerí tanto alcohol y tan mezclado que experimenté por primera y única vez el borrado de memoria de buena parte de la fiesta, como si aquellas horas no hubieran existido en mi conciencia.

Y quizás hubiera sido mejor así,porque ahora algunos de sus vídeos y mensajes me parecerían enternecedores, me estremecerían. Pero no me llegan, no me parecen auténticos. No puedo separar el pasado del presente, quizás ella lo llegó a saber y le perdonó (aunque sé que no fui la primera ni probablemente la última), puede que no sea la misma chica (aunque creo que sí), pero me es realmente difícil valorar a alguien objetivamente cuando ha engañado deliberada y reiteradamente a la persona que más le quiere. Quizás me siento reflejada en esa persona, fácil de engañar, confiada, tontita, que no se entera de nada, quizás vislumbro un halo de sangre fría que me hace desconfiar. Sea lo que sea, no podré apreciar todas las otras cualidades y acciones que esto tan concreto y específico (y quizás puntual) me impide ver. 

Ye empiezan a asaltarme las temidas dudas. ¿Acaso tengo posibilidad de encontrar trabajo aquí, con la falta de experiencia y la escasísima oferta de trabajo incluso no remunerada? El extranjero lo contemplo como una opción, pero sin idiomas bien dominados, sin ahorros ni la homologación del título (en Europa solicitan acreditar 6 años de experiencia como psicólogo para considerarte psicólogo clínico) lo tengo todavía más crudo. Quizás me estoy precipitando al descartar volver a presentarme a las oposiciones. Son duras, estoy agotada, pero sigue siendo la opción más factible de arrancar en esto, además me he quedado muy cerca. Total, llevo apuntada al inem desde hace un año (a todos los ramos profesionales posibles) y sólo me han llamado una vez para pasar una entrevista de selección. A este paso es muy posible que en verano no tenga nada que hacer. Y eso no lo voy a permitir.

Estaba entre los 150 primeros, y con opciones de colarme entre los 128 afortunados si me favorecían las impugnaciones. Sólo tenía que subir unos pocos puntos, y el milagro se hubiera convertido en realidad. Pero no ha podido ser. Repaso una y otra vez las correcciones definitivas, porque no me lo puedo creer: nueve preguntas anuladas me hacen perder once puntos y descender vertiginosamene en la lista de posiciones. Es increíble que me perjudiquen tanto, cuando la tendencia de este año ha sido subir unos cuatro o cinco puntos, o quedarse igual. Sabía que podía pasar esto, me había concienzado de que era muy difícil, y de que si me quedaba como estaba probablemente me quedaría sin plaza. Pero un resultado así me sienta como una bofetada en toda la cara.

Tras la rabia y frustración inicial, llega el momento de reflexionar. No quiero pasar más por esto: el pre-pir es duro, pero el post-pir es peor, es mucho más angustioso esta espera e incertidumbre que el largo e intenso estudio durante todo el año. El factor suerte nunca voy a poder controlarlo, y acaba siendo determinante. Se han anulado preguntas de forma incomprensible, que están justificadas en la bibliografía supuestamente de referencia para este examen. Se han cambiado opciones de respuesta que el año pasado se dieron por buenas, aún pasando también por un proceso de impugnación. Y se han llegado a anular preguntas por faltas de ortografía, por poder dar lugar a confusión. El temario es abierto por lo que siempre caen sorpresas inesperadas de libros o autores insospechados. Me parece una vergüenza que un examen tan importante, a nivel nacional, en el que se invierte tanto esfuerzo y sacrificio por parte de los candidatos, se haga y corrija con tan poca seriedad.

Ya lo había decidido, pero me reafirmo en mi dicisión de abandonar el pir. No tengo ilusión ni fuerzas para volver a intentarlo, para volver a dedicarle toda mi energía, mi tiempo, mi esfuerzo, aún sabiendo que ahora quizás estoy más cerca que nunca de conseguirlo, por todo el temario asentado. Creo que tenía que probar esta experiencia, tenía que intentarlo, pero después de dos convocatorias y con la edad y situación en la que estoy, lo más sensato es pensar en nuevos proyectos. En parte me alivia sacarme este peso de encima, necesito volver a tener tiempo para mí y para otras cosas, como el máster. Una vez más, me alegro enormemente de haberme apuntado, quizás no sea de gran utilidad práctica, o por lo menos de forma inmediata, pero me da una salida donde canalizar mi motivación e inquietudes.

Se cierra una puerta pero se abre una ventana. Sé que no será fácil pero buscaré una alternativa, andaré otros caminos, hasta que encuentre mi sitio, donde me pueda sentir mínimamente realizada. De este camino que dejo atrás no he obtenido ningún premio, pero me llevo conmigo la satisfacción de haberlo afrontado en condiciones, de haber aprendido mucho, y de haber aguantado la carrera hasta el final. No puedo lamentarme de mi actitud, esfuerzo o rendimiento: lo he hecho lo mejor que he sabido y he podido. Lo he dado todo. No me quita la decepción, pero me siento en paz conmigo misma. Ojalá no pierda nunca este espíritu de lucha y esperanza que me ha llevado hasta aquí.

Quedan muy poquitos días. El próximo viernes haremos las maletas y dejaremos el que ha sido nuestro hogar durante seis meses para regresar a casa de nuestros respectivos padres. He sido siempre consciente de la temporalidad de esta situación, pero no puedo evitar sentir pena. He estado muy a gusto aquí, he podido experimentar el compartir mi vida con alguien, y hemos pasado muy buenos momentos juntos.

Todavía no me he ido y ya me entristece el pensar en que me despertaré por las mañanas y no estarás a mi lado, que no te veré cada día, que no me recibirás en casa con un beso y una sonrisa. Sé que voy a echar mucho de menos esos pequeños detalles del día a día, como el ver la tele juntos estirados en el sofá, después de cenar, esos momentos de paz, tranquilidad y risas que tanto me han reconfortado y han hecho de este periodo pir-máster una feliz locura. Tu compañía ha sido lo que ha hecho especial esta estancia, lo que ha dado calor y alegría a mis días de intenso estudio: gracias por la ayuda, la paciencia, la comprensión y el apoyo que me has mostrado todo este tiempo: por estar siempre a mi lado. No creo que alcance el objetivo de conseguir plaza por el que vine aquí, pero me siento satisfecha, todo esto habrá valido la pena por muchas otras razones. Ojalá pronto volvamos a tener otra oportunidad de estar juntos, y con más continuidad, será una motivación más para el día a día, para mirar adelante con ilusión.

Ayer salieron las plantillas de respuestas correctas. Es un resultado agridulce, quisiera despedirme ya del pir y no sufrir más, pero todavía queda un hilito pequeño de esperanza. Pequeño, porque el año pasado y el anterior me hubiera dado plaza (la 64 y la 80 respectivamente), pero este año hay menos plazas, más candidatos y el rumor general de que el examen ha sido fácil y subirá bastante el punto de corte.

Esto ya lo he vivido. Hace ya casi diez años, en la selectividad, conseguí una nota que el año anterior me hubiera dado acceso a dos de las cuatro facultades de medicina, pero ese año la nota de corte subió espectacularmente y me quedé a años luz de ninguna. Me quedé petrificada, no me lo podía creer, parecía una broma, un fallo informático: no podía ser que me quedara fuera. Recuerdo perfectamente esa sensación, fue mi primer batacazo importante. Hasta entonces todo había sido bastante fácil.

Ha llovido ya bastante como para volver a vender la piel del oso antes de cazarlo. Sé que estoy ahí, en la frontera, me veo más fuera que dentro, pero independientemente del puesto me siento satisfecha con la progresión, he conseguido dominar los nervios y realizar un buen examen. Me voy con la cabeza bien alta. Ahora es momento de centrarse en el máster, tengo algo por lo que luchar, a lo que dirigir mis fuerzas y pensamientos. Y no será difícil, gracias al volumen de faena que se me ha acumulado, tendré la suerte de estar bien distraída estas semanas, hasta que pueda cerrar definitivamente este capítulo el 1 de marzo.

No me presento. Sé que no me lo voy a sacar. Y me lo suelta así, sin anestesia. No me puedo creer que después de dos convocatorias, de todo el esfuerzo y la dedicación de los últimos meses, se rinda a las puertas del examen. 

Sé que es prácticamente imposible conseguirlo, cada día soy más consciente de ello, y de lo mucho que me falta por repasar y consolidar, pero lucharé por esa ínfima posibilidad como si me fuera la vida en ello, hasta el final. 

Apenas queda un mes. Por un lado tengo ganas de acabar con esto, porque me he prometido a mí misma que será la última vez, por cerca o lejos que me quede de mi objetivo, y será una liberación. Compaginar el máster y el pir está siendo más duro de lo que esperaba, no consigo dar el máximo rendimiento en todo a pesar de la total dedicación. Y necesito tener más tiempo para otras cosas, salir de mi estado de clausura, me desgasta psíquicamente invertir todas mis horas libres y energías en la preparación de un sólo examen. Sé que tendré que atarme de pies y manos para no volver a intentarlo si me va mal, pero estoy decidida a ser firme, práctica y racional por una vez en la vida.

Pero por otro lado, el cese de ese agobio, será también el fin de una mini etapa muy feliz. La de estar con él, en nuestro pequeño espacio, en la ciudad que tanto nos gusta. Nuestras rutinas, nuestras historias del día a día, se cerrarán con el capítulo del pir. Me gusta tenerle cerca, sobre todo cuando llega la noche y nos estiramos en el sofá viendo alguna serie o película, ese momento de calma me reconforta como el café caliente de la mañana.

Sé que no voy muy preparada, que apenas llegare habiendo dado una vuelta al temario. Pero estoy más tranquila, sé que no me lo juego todo a una carta y ello juega a mi favor: la presión me puede, y esta vez no podrá: si estoy inspirada, si la serenidad se alia con lo que sé, puedo tener una oportunidad. 

Cuando miro atrás siento que he cambiado mucho. En pocos años me he vuelto estática en muchos sentidos, y creo que no es sólo la eterna cuestión del dinero. Pienso en la época en que decidí cambiar de carrera y de ciudad, con cien euros en la cuenta. Fue la época de menos recursos y mayor motivación, y conseguí encadenar trabajos para pagar mis gastos, e incluso me permití un viaje a Italia, me apunté a teatro, a un gimnasio, y salía con cierta frecuencia. Añoro esa personalidad emprendedora, dinámica, llena de espíritu, que aunque tuviera miedo a arriesgar, a probar, a conocer, le podía el impulso activador. Puede que aquello fuera una faceta de mí, pero la siento la más auténtica, en la que me he sentido mejor, y no encuentro la manera de recuperar esa vitalidad interior que movía todo lo demás. Puedo forzarme a hacer cosas y las hago, pero soy consciente de que no fluyen, que no son naturales y espontáneas, y no es lo mismo. Puedo obligarme a escribir, pero sólo encadeno frases sin alma, no siento esa chispa que me inspiraba, que me hacía brotar las ideas y las palabras.

Todavía no hay convocatoria oficial, pero el ministerio ya ha anunciado un recorte del 10% de las plazas pir. Y una reserva del 7% de las plazas para personas con algún tipo de discapacidad (poca broma, estoy segura que a todos nos ha pasado por la cabeza alguna pequeña amputación, y no descartaría que algun desesperado la llevara a cabo). Por tanto, si el año pasado contábamos con 141 plazas, este año como máximo habrá 118, y con más aspirantes a ellas. Un reto cada vez más difícil.

Muchos empiezan a desmotivarse. Pero yo no: tengo el máster y algo que cada día parece más real y que me hace una tremenda ilusión, que me da un soplo de alegría y esperanza. Sé que es muy difícil, pero me siento más preparada técnica y psíquicamente: tengo controlados los nervios, voy afianzando más el temario, y han bajado el número de preguntas del examen, que fue mi mayor lastre en la pasada convocatoria. No es imposible, no me lo juego todo a una carta: estudio con ganas: vuelvo a sentir ese escalofrío eléctrico que tienen los desafíos cuando me son pinchados en vena: el cuerpo responde y orienta toda su fuerza y atención hacia el objetivo: he tardado en recomponerme, en reaccionar, pero finalmente vuelvo a estar en el tablero y la partida no ha hecho más que empezar.

Ha llegado el momento. Se va. Tiene la oportunidad de empezar una nueva vida, una aventura emocionante: una oportunidad que no le ha caído del cielo: dicen que los débiles esperan la ocasión, y los fuertes la provocan, y ella junto a su pareja, han dado un golpe en la mesa, plantándose frente a la decadencia actual, dejándose de excusas y resignación: parando los relojes, rompiendo fronteras, removiendo cielo y tierra para encontrar un futuro mejor que parecía no existir aquí, pero que juntos van a construir desde los cimientos en un horizonte lejano. El barco se hunde, pero ellos se salvarán, porque tienen un gran potencial por explotar, y un fuerte espíritu de lucha, de trabajo y de esfuerzo que les hará llegar allá adonde quieran, y porque tienen además algo todavía más valioso que les impedirá naufragar, que les hará vencer cualquier dificultad: se tienen el uno al otro: el latido de uno es la fuerza del otro, la felicidad de uno se complementa y se acrecienta con la del otro, y por fin podrán compartir la vida de cerca, con independencia, con libertad. Juntos plantarán nuevas ilusiones y esperanzas que verán crecer día a día, dejarán de soñar para vivir de verdad, para realizarse: y los que nos quedemos aquí seremos felices por ellos: porque aunque me embarga una enorme tristeza por su marcha, aunque siento un gran vacío que no sé como llenar, me alegra profundamente que haga este paso, porque sé que con esta experiencia, ella será feliz: y eso es lo que de verdad importa.

No sabes cuanto significas para mí, cuanto me llena tu amistad, cuanto valoro tu confianza y tu compañía. Y más ahora, que me siento un poco desengañada con la gente, especialmente con las amistades, que siempre habían sido mi bastión, un punto fuerte, un motivo de orgullo. Pero con los cambios de ciudad, las nuevas parejas, los trabajos, o un combinado de circunstancias, las amistades que creía duraderas, que se forjaron durante años, se han ido diluyendo poco a poco, aunque de forma imparable. Me he sentido un poco sola, y ese sentimiento se intensificó el día que me dijiste que tú también te irías: esa tarde lloré en silencio en mi habitación, me envadió el miedo a perder una de las cosas más importantes en mi vida, que me ha acompañado en tantos momentos, en tantas etapas, que forma parte de mi biografía y de mi identidad, porque si tanto me duele perder las amistades importantes es porque las considero parte de mí. Quería agradecerte especialmente el interés y atención que me has dedicado estos últimos meses, en que he estado un poco baja de ánimo: esos momentos de café, de comidas, de paseos por la playa me han reconfortado mucho.

Te voy a echar mucho de menos, y quiero que sepas que siempre estaré ahí, sentada en ese rincón de la Carpeta o en algún otro lugar, ansiosa por contarte mis historias, por oir las tuyas, por arreglar el mundo con nuestras reflexiones de café: no importa cuanto tiempo estemos sin contacto, lo ocupadas que estén nuestras vidas o las vueltas que hayan dado, o las amistades que hayamos hecho por el camino: siempre tendrás ese lugar especial de confianza y cariño que te has ganado a lo largo de todos estos años, al que podrás volver cuando quieras, aunque sea por un momento, aunque sea de paso: cuenta conmigo para lo que necesites y para lo que no, para contarme algo importante o una anécdota del día a día: que jamás te de apuro volver a picar a esta puerta, porque siempre te estaré esperando detrás con una sonrisa y un abrazo muy fuerte. Buen viaje nina, espero que te vaya todo genial y seas muy feliz.

http://www.youtube.com/watch?v=PrEJ5eXva4g

Habemus master. Sé que me va a quitar tiempo de estudio, y que se compone básicamente de los trabajos en grupo que tanto odio, pero la opción no tenerlo, de no tener nada, me aterraba. Es un cojín, saber que está ahí me da tranquilidad, me quita presión, cubre una función más psicológica o emocional que puramente formativa, pero es un punto importante para mí, porque la presión me puede, o me ha podido en el pasado. Y tampoco estorba tanto, porque al fin y al cabo es la misma materia que estoy tratando para el pir.

Puede que incluso me cambie la vida. Hace falta que se alineen muchos planetas, y no me gusta lanzar campanas al vuelo. De momento sólo está el pequeño fogonazo, esa idea que irrumpe en la mente y te remueve algo por dentro. Ya se verá.

los ideales

Los ideales son la pareja de amigos que todos quisiéramos tener. No son perfectos, porque la perfección puede resultar detestable de tan extrema, pero lo ideal no, porque mezcla lo bueno con lo campechano, con los pequeños defectos llevados con gracia. Los ideales son extrovertidos, alegres, de mente abierta, predispuestos a ver y conocer antes de juzgar. Siempre tienen las puertas de su casa abiertas, son generosos a la hora de invitar a sus múltiples amistades, de juntar gente en casa aunque no se conozcan entre ellos, tienen la habilidad de integrarlos y hacerlos sentir cómodos: son una fiesta y la diversión une. Tienen una gran sensibilidad humana y una importante conciencia política y social, son solidarios, ecológicos y amantes de la naturaleza: les encanta ir en bici, la escalada, el mar y la montaña. Además son inteligentes, tienen estudios universitarios (ella, tres carreras) e inquietudes por saber más. Y son deportistas, y practican deportes juntos y por separado. Y es que encima son guapos.

Pero el idealismo sólo se alcanza si se distribuye en las diferentes facetas de la vida. Los ideales son también la pareja ideal. Y se nota cuando discuten, donde aflora la gran complicidad que tienen, exponiendo los diferentes puntos de vista, sin alzar la voz ni faltarse jamás al respeto, llegando siempre a un acuerdo o a un respeto mutuo, sellando la paz con un beso. Porque se aman con pasión, a pesar de llevar años juntos y compartiendo techo, consiguen que la rutina suene bien. Me encanta cuando tienen que hacerse regalos: siempre se sorprenden con creativos e ingeniosos detalles, se exprimen para superarse y ofrecer en cada ocasión alguna cosa especial. Están hechos el uno para el otro, juntos suman fuerzas, se retroalimentan como un circuito para hacer crecer al otro, son una misma alma en dos cuerpos y como tal se seguirían el uno al otro hasta el fin del mundo, para seguir siendo completos.

Y eso es lo que va a pasar ahora. Otros que se van. Pero no a buscar un futuro mejor, si no a un país en vías de desarrollo, para hacer algún proyecto de cooperación. No podía ser de otra manera. Y nosotros les vamos a echar muchísimo de menos. Si la marcha de mi amiga me crea un gran vacío por dentro, ellos me lo crean por fuera, porque aunque no tenga personalmente con ellos una íntima amistad, han sido nuestra fuente de vida social en los últimos tiempos, y nos han aportado grandes momentos de diversión y distracción. Han sido nuestro escape a una situación en la que nos sentimos atrapados por la falta de espacio, tiempo y dinero para estar juntos, para pasarlo bien juntos. Espero y deseo que les vaya genial allá donde vayan. Estoy segura de que juntos vivirán una experiencia increíble.

Desde hace tiempo me siento anestesiada, fría: no me emociono, las cosas no me llegan. Quizás es una forma de protegerme, de evitar sufrir. Desde que volví del erasmus no acabo de encontrar mi sitio: no sé muy bien qué hacer, no me siento cómoda en casa con mis padres, y personas muy significativas se han ido lejos. No es un malestar agudo, pero sí que me siento algo triste.

Pero hoy sí que me he emocionado. Pep se va, otra vez. Aún recuerdo cuando anunció su marcha como jugador, hace once años. Entonces yo era una adolescente y él era mi ídolo juvenil. Me partió el corazón. Han pasado los años y la sensación es similar: lo que entonces era por un cóctel de hormonas, ahora viene por un cúmulo de circunstancias: el fútbol es ahora mi principal afición y pasatiempo, en un momento en el que el tiempo no corre. Sigo los partidos, las ruedas de prensa, hasta ahora me han dado muchas alegrías, muchos momentos de ilusión. Es algo más que futbol. Cuando no tienes proyectos definidos, las trivialidades cobran protagonismo, importancia. Sin ti esto no va a ser lo mismo. Te voy a echar de menos. 

Pensaste que no me iba a dar cuenta. Que podrías estar siempre con mentiras piadosas, tratándome como a una niña pequeña a la que se le cuenta un cuento para que no sufra con la verdad. Ya tengo bastante con que mi madre me infantilice, como para que encima lo hagan los demás. Soy sensible, pero no de cristal. Me agobia que tengan conmigo esa actitud paternalista, es como vivir en una burbuja que va creciendo poco a poco y al final explota: y entonces huyo de los que han intentado protegerme, porque para mí han sido captores: captores de mi libertad.