Blogia

el cajón de las metáforas

Estoy a las puertas de los veintisiete. Me pesan. Jamás imaginé que llegaría aquí sin trabajo ni ahorros, viviendo en casa de mis padres, sin haber progresado apenas: estando como a los dieciséis, los veinte, los vienticuatro. Me siento  anclada a un presente perpetuo en el que envejezco sin poder avanzar. Tengo la sensación de haberme equivocado al invertir tanto tiempo y esfuerzo en los estudios, de haber elegido estas carreras, de no haberlas compaginado con trabajar aunque tardara más años. ¿Para qué? ¿de qué me ha servido tanto sacrificio? He corrido para llegar la primera a una meta vacía. Como una inversión a fondo perdido, una especulación con terrenos que ahora no valen nada.

Ya he tenido mi necesario momento de lamento. Es hora de reaccionar. No puedo cambiar el pasado, tengo que centrarme en el presente, y en ese futuro que no veo, pero que creo que está detrás de esta espesa niebla de desesperanza.

Veo este vídeo y algo se remueve en mí: http://elpais.com/elpais/visorvideos/index.html?refid=1331203355_457234_1331203355_0 . Podría ser yo, dentro de dos años, y sólo de imaginarlo tiemblo. No quiero estar así, pero es fácil: basta con que no saque plaza el año que viene. Y aunque tendré más posibilidades que este año, seguirá siendo bastante más probable no conseguirlo.

Mi cabeza no deja de darle vueltas. No encuentro la ecuación que encaje, sé que jugármela otra vez a una carta es muy arriesgado, y mi anhelo de compaginarlo con un trabajo va a ser entre difícil e imposible. Tampoco consigo apagar del todo la difusa y casi absurda idea de irme. Me siento perdida y no sé para donde tirar. 

Me siento atrapada. Sé que mi madre me quiere mucho, y yo a ella, pero el control y presión al que me somete en el día a día me agobia demasiado. Me quema. Le gusta tener el control y supervisión de la vida de los demás, tomar decisiones que no le conciernen. Ella no se da cuenta, ni lo entiende si intento expresárselo: siempre ha sido así y otros se han dejado llevar sin rechistar. Le ofende sobremanera cualquier insinuación. Ella lo ha dado todo por nosotros, y es algo muy loable, pero quizás se ha excedido en tanta decicación y cuidado. Sé que con la distancia nos llevaríamos mejor.

Una parte de mí desea volver a hacer las maletas, y empezar de nuevo en algún otro país más próspero. Aquí no veo futuro. Pero cuándo empiezo a buscar información, afloran remordimientos que me aturden ¿cómo voy a dejarla sola con el panorama que hay? No tiene más ayudas que yo, y las responsabilidades se le van acrecentando cada vez más. Irme sería un acto egoísta, me hace sentir como una cobarde fugitiva. Tengo que estar aquí, o por lo menos cerca, para poder ayudar en lo que sea, para ofrecerle todo el apoyo que necesita y necesitará: ahora ya es difícil, pero lo más duro está por llegar. Él depende de ella, y ella depende de mí. Ojalá pudiera al menos independizarme, aunque fuera en la calle de enfrente, para tener un poco de espacio vital, para sentir algo de autonomía. Sé que lo haces con la mejor intención del mundo, pero tantos años así, y no ver final cercano, agota.

Sabía que tarde o temprano se iría a vivir fuera. Se quedó a las puertas de un erasmus, con las ganas de vivir una experiencia en otro país, y ahora que apenas hay trabajo de su rama, y de ninguna en general, era el momento de hacerlo. Sé que le irá muy bien, es espabilada y tiene mucho talento, y le acompaña la persona que ama. Aquí no hay futuro, y ellos merecen poder explotar todo su potencial, toda la inversión de tiempo, dinero y esfuerzo que han dedicado a formarse.

La voy a echar mucho de menos. Desde que me anunció ayer su partida, siento un gran vacío. Me alegro mucho por ella, pero me invade una gran tristeza al pensar que no estará aquí en los próximos años. Tengo miedo de que la amistad se enfríe, de acabar perdiendo una de las personas más importantes en mi vida. Desde que la conocí en el bachillerato ha sido un puntal en mi vida: me ha acompañado y apoyado en todos los acontecimientos cruciales, así como en el día a día: en las relaciones sentimentales, los éxitos y fracasos académicos, los problemas en casa, los trabajos. Pienso en cualquier momento importante, como mi primer trabajo en el súper de Sitges, y la veo a ella viniendo a visitarme, o cuando acabé la segunda Selectividad y me fui a celebrarlo con ella y nuestras parejas, o cuando estrené la obra de teatro, que me ayudó a repasar el papel y me acompañó hasta casi el escenario, y allí se quedó entre el público. Siempre aparece en esas fotografías, esas instantáneas de momentos que te marcan: y así querría que fuese siempre: que estuviera conmigo si un día me casara, si un día tuviera hijos. No quiero que salgas de mis álbumes de recuerdos, ni yo de los tuyos. Sé que no podré mantener el contacto en el día a día, en los cafés o las charlas por teléfono de dos horas, pero intentaré mantenerlo en la medida de lo posible. Por ti pondría la mano en el fuego, confiaría en tu palabra aunque todos los indicios indicaran lo contrario: y eso es algo que a día de hoy haría por muy poca gente. Se acerca un momento altamente emocionante y espero y deseo que vivas una experiencia única y muy feliz. Te lo mereces.

No lo he conseguido. He cometido demasiados fallos, algunos inevitables porque no aparecían en el temario, pero la mayoría son debidos a despistes, a las prisas, a no fijarme bien. Realmente pensé que me había ido mejor.

Me siento frustrada. Puedo mejorar un poco el temario, pero sólo un poco: lo llevo bastante bien asentado. El problema no es de contenidos, es de procedimiento: de administrar bien el tiempo en el examen, de ser capaz de razonar de forma abstracta y rápida a la vez. Hay un minuto por pregunta, y las preguntas largas son un lastre de por sí, aunque no sean difíciles. Estoy un poco frustrada, no sé si tengo fuerzas para volver a intentarlo el año que viene. Me da mucho miedo volver a fallar, no quiero perder más años sin trabajar. Y encontrar un trabajo para compatibilizar con el estudio va a ser muy difícil. Mi madre me dice que abandone, que estudie un máster. Pero no tengo ni el dinero ni las ganas de esperar dos años y medio a tener otro título que no me garantiza nada. Tengo casi 27 años y siento que se me escapa el tiempo, que tengo que moverme y hacer algo ya con mi vida. Pero no sé qué hacer.

Agridulce

El examen me ha dejado un regusto amargo: no me ha dado tiempo a terminarlo, y algunas preguntas me las sabía. Aparte he tenido fallos tontos. Es muy difícil que lo consiga. Pero no imposible: y ese pequeño destello de esperanza, esa pequeña posibilidad, me mantiene en vilo, me siento como un funambulista que se balancea y siente que va a caer al vacío, pero sigue luchando por mantenerse en pie y alcanzar el final de la cuerda. ¿Llegaré? ¿Caeré? De momento sigo en la cuerda. Cierro los ojos y suspiro. Hasta el lunes no podré saber más.

Por otro lado, y obviando el resultado, me siento satisfecha. Mis técnicas caseras de visualización del momento, de catastrofización, surtieron efecto: llegué al examen tranquila, sin temblores ni taquicardias, sin mente en blanco ni bloqueos. Experimenté por primera vez una extraña sensación de serenidad, de control, sentí que vencía viejos fantasmas que me habían acompañado en las grandes ocasiones, que me superaba a mí misma y tomaba el control de la situación: que no era la situación quien me dominaba a mí. Quizás me relajé demasiado, tarareaba en mis adentros la melodía de Jean Luc, que se me había pegado el día antes, pero esa sensación de calma y confianza me ha fortalecido: tengo media partida ganada, y sé que si no es esta, caerá la siguiente. 

Gracias a todos por los ánimos. A ti, por acompañarme en todo este trayecto, hasta la misma puerta del examen, por esperarme esas cinco horas de un día lluvioso y frío. No sabía que la gente esperaba afuera con flores o regalos, siento no haberte traído nada. Sonrío. Nos abrazamos, y todo ha terminado: esa sensación de confort, de calor, es el mejor regalo.

Me da igual si sacas plaza o no. Estoy muy orgulloso de ti.

La verdad es que yo también estoy orgullosa. Con independencia del resultado final, tengo la serenidad de haber hecho un buen trabajo, de haberlo planificado con cabeza: con un ritmo y meta ambiciosos pero realistas, de haber persistido constante durante más de diez meses, y de haber mantenido todo ese tiempo la calma y la estabilidad emocional, a pesar de puntuales días de desánimo que no me han dado mayores problemas. Lo he hecho bien, y aunque eso no me asegura nada, me hace sentirme en paz conmigo misma, y es con esa tranquilidad, esa confianza, que espero entrar y salir del aula de Derecho el próximo sábado.

Quedan 5 días. Intento no darle una gran trascendencia, por los nervios que conlleva, y porque en realidad no la tiene. Es un examen, una gran oportunidad a un trabajo y especialización, pero no me va la vida en ello. Si lo consigo será genial, pero si no, aunque me sienta decepcionada y triste, sé que no se acabará el mundo. Mi futuro no depende de este examen, es sólo una pieza más del encaje, y la vida da muchas vueltas.

Llevo días intentando visualizar el momento, imaginándome el peor y temido escenario: la ansiedad, el tembleque, la mente en blanco y el agónico avance de la aguja del reloj mientras me pierdo en el pensamiento de la pérdida de tiempo, del bloqueo que no me deja pensar, del patetismo del momento. Me veo dudando, borrando, olvidando cosas esenciales. Quiero sentir todas esas sensaciones hasta aburrirlas para acostumbrarme a ellas, adelantarme a los acontecimientos para prevenirlos, para saber afrontarlos, porque sé que si controlo este factor tengo media partida ganada. Mi rival más fuerte no son los 3700 aspirantes, soy yo misma. Me he preparado bien, he sido muy perseverante, he hecho grandes sacrificios, ahora sólo tengo que ir tranquila. Lo conseguí una vez, hace unos ocho años, con la segunda selectividad, y sé que ahora también puedo hacerlo.

¿Me dejas tu cámara? Es la amiga de unos amigos, pero no la conozco de nada. Estamos en plenas fiestas de Gracia, y me apetece hacer fotos. En un primer momento pienso que quiere sacar unas fotos y devolvérmela, pero no: pretende que saque mi targeta para utilizar mi cámara toda la noche. ¿Y yo que, para qué piensas que la he traído? No se me ocurriría nunca pedirle algo así a alguien que no conozco. Y de hecho, ni a nadie que conozco, y no por egoismo: todavía me duele el día que una amiga me dejó los guantes de esquiar de su padre, y se los devolví arañados y hechos trizas, o cuando le dejé un móvil a esta misma amiga y éste acabó accidentalmente, en el fondo del mar. Y si con una amistad ya se te puede quedar cara de póquer, imagínate con alguien que no vas a volver a ver. Más vale prevenir.

Ya queda menos de un mes. Empiezo a notar un poco el cansancio. Mantener constante el ritmo, el esfuerzo y los ánimos, día tras día, tiene un desgaste. Comienzo a sentir aquella tensión interna, vieja conocida, y me pregunto si esta vez seré capaz de controlarla. Si me bloquearé, quedando desconectada de unos datos que sé que tengo ahí, pero a los que no puedo acceder. Si me fallará la intuición, el razonamiento, o si las prisas me harán cometer fallos absurdos. Deseo con todas mis fuerzas ser capaz de dar lo mejor de mí. Sé que es muy difícil, que tengo 3700 adversarios a batir, pero puedo hacerlo, tengo esperanzas y fuerzas para llegar hasta el final. Gracias a todos los que me habéis acompañado de alguna manera en este proyecto: la comprensión, disposición y afecto han sido fundamentales para llegar hasta aquí.

Tengo que poner un poco de orden en mi vida. Se me acumulan las cosas pendientes en mi lista mental. Y es que siempre que estoy enfrascada en exámenes, me vienen ganas locas de distraerme con lo que sea, por ejemplo escribiendo en el blog. Llevo meses aplazando planes, tareas y pensamientos, esperando a que pase el PIR para entregarme a ello: para hacerlo bien, tranquila. En el fondo son un estímulo, un incentivo para aguantar hasta el final. Ya sólo quedan seis semanas: después me emplearé a fondo por saldar las cuentas pendientes con todo -y con todos, si es que siguen ahí-.

Me da rabia la gente que se siente superior a los demás porque las cosas le van bien, que han tenido esa habilidad y suerte (creo que ambas son necesarias) para vivir cómodamente, y se sienten con derecho a despreciar a los que lo pasan mal porque lo pasan mal. No defiendo a los que se quejan inmóviles, porque me parecen una lacra tan o más importante que los políticos y empresarios corruptos. Me quejo de los que se jactan de ser más espabilados y currantes que nadie, que se atreven a vanagloriarse de una situación plácida en tiempos revueltos, que no digo que no se hayan ganado, pero que podría torcerse en cualquier momento. Y yo nunca beberé de este agua, pero quizás algún día tengan que tragar dos tazas. O quizás ya lo hicieron ya en el pasado, pero a veces la memoria es muy selectiva, y uno se olvida que sin la ayuda de papá y mamá, no se hubiera independizado nunca, si es que llenarse el carro de tuppers maternos puede llamarse independencia.

Con el tiempo me sentí mal por perdonarlo. Me arrepentí de no haber sido lo suficientemente íntegra y coherente con mis principios, por haber priorizado una vez más los sentimientos por delante de la razón. Zanjé el malestar prometiéndome a mí misma que bajo ninguna circunstancia, bajo ninguna excusa más, volvería a perdonar una falta de respeto: sería el final definitivo. Pero volvió a ocurrir, y se repitió la misma historia. Sé que no es algo personal, y que hay gente que no le da importancia ni le afecta, porque es una forma más de interaccionar, pero a mí me molesta y me hace daño, y no tengo porqué consentirlo. <<Esta sí que es la última vez>>, me repito a mí misma, con algo de desánimo, pero ahora te hago partícipe, para que la promesa sea mutua, para que si volviera a ocurrir, el valor que me falte lo tengas tú: porque sabrás que aunque te quiera, no soy feliz así.

Em sento trista. Crec que en el futur perdrem l’amistat, i em dol. Sempre has estat molt important per mi, m’has acompanyat al llarg de molts anys, i em reconfortava saber que eres allà, encara que estiguessim temps sense parlar-nos, sense saber res l’una de l’altra. Ens retrobàvem de tant en tant i tot tornava a ser igual durant una estona. Era com saber que tenies un lloc segur, càlid, al que sempre podies tornar, perque passés el que passés, hagués els canvis que hi hagués, allò era fix: era de les poques coses de les que podia estar segura. En pocs anys tot el que em semblava fonamental se m’ha regirat, i necessito sentir que tinc puntals on agafar-me quan tot es mou. Potser només ha estat una impressió, i no canvia res, però no tinc aquesta sensació. De totes maneres, no em puc permetre distreure’m més. He de tirar endavant amb empenta, amb ganes, i ho faré.

mi amiga bielo

Hemos coincidido pocas veces, pero nos caemos bastante bien. Me recuerda a mis queridas polaquitas, aunque ella es en realidad bielorusa.

Verano, sábado y me toca tomarme el día libre. Me apetece hacer algo. Le envio un mensaje a Irina, a ver si se anima a salir. Me dice que sí, que vaya a su casa a las 10. Cómo odio esa hora, es muy ambigua: ¿me presento sin cenar? Puede ser súper embarazoso, tanto si llego con el estómago lleno y me está esperando con el plato en la mesa, como si voy en ayunas y no tiene nada: y me tiene que preparar algo con prisas, para mí sola. Para no tentar la suerte, le pregunto directamente. En el trayecto a su casa me veo envuelta por una manada de carteristas, que huyen despavoridos al avistarse a lo lejos una pareja de policías. Es un indicio de adónde me estoy dirigiendo: a un barrio chungo de Badalona, pero por suerte vendrá mi amiga a recogerme a la salida del metro.

De camino a su casa, me cuenta que tiene un amigo en casa, y se hace un silencio. ¿Un amigo?, repito toda ingenua, para animarla a continuar hablando. Bueno, más que un amigo. Joder, tenía ganas de contármelo. Así que vamos a cenar los tres juntitos. No te lo he contado antes porque sabía que no vendrías. Buena intuición: odio hacer de aguantavelas. Pero ahí no acaba lo mejor: ¿te acuerdas de aquel que rajaba de los catalanesPues es él. La noche promete.

En realidad nos conocemos muy poco. Casi siempre nos hemos visto de fiesta, y con nuestros amigos en común. Tengo que crear un poco de ambiente, de calidez, ahora hace tiempo que no coincidíamos, y su amigo está en la ducha. Le pregunto por el trabajo. Lo he dejado hace una semana, prefiero no hablar de ello. Ahm. Bueno, ¿y el máster cómo lo llevas? Frunce el ceño: no sé qué hacer, creo que también lo voy a dejar. Me estoy luciendo, estoy creando un ambiente que te cagas. Miro a los lados nerviosa, en busca de algo que distraiga la atención de los temas tristes: veo una foto de fondo de pantalla en su ordenador, donde sale una chica, y creo ver la luz y mi salvación. Le pregunto quién es. Es mi hermanastra, que murió hace unas semanas. Puñal en las tripas. Si me hubiera propuesto deprimirla, rallarla y joderle la noche, seguro que no me habría salido mejor. Ojalá pudiera fundirme y escapar de allí. No tenemos suficiente confianza -ni tiempo- para aprofundizar en el tema, que queda zanjado de forma apresurada y abrupta, haciéndome sentir la amiga fiestera que sólo busca diversión y no le importa nada más. Aparece su amigo, se presenta: Lucas. Es hora de cenar: es todo un poco violento, a pesar de que entre ellos no hay más que miraditas. No conozco a Lucas, y lo único que sé de él es que odia a los catalanes. Y así no puedo mantener una conversación, estoy pendiente de mis palabras y de las suyas, atenta por si en algún momento tengo que clavarle el tenedor en el ojo. Ambos recelamos el uno del otro, lo noto, la tensión fluye latente y la mastico a cada bocado. Sin incidentes, acabamos de comer e Irina se marcha a la ducha. Y me deja con él. Reacciono rápido: le pido si me deja un momento el ordenador. Tengo que refugiarme de este mundo cruel, y de su amigo, que supongo que como yo, no sabe qué hacer, y desaparece de la habitación en silencio.

He llevado una botellita de vodka polaco. A ver si esto nos anima. Chupitos a palo seco, no hay tiempo que perder. Sé que el alcohol tardará mucho en subirme, en Polandia me volví bastante resistente.

Salimos, y Lucas empieza a hablarme animadamente, mientras yo intento infructuosamente meter en la conversación a Irina, que está con la mirada perdida y temo que se siente desplazada. Nos juntamos con un grupo de pegajosos argentinos compañeros de piso de David, amigo en común de Irina, que también viene. De hecho, el nexo entre todos nosotros es La Pareja Ideal, pero ya hablaré de ellos otro día. Estamos en una discoteca pija y aburrida, todos esparcidos. Irina habla con un argentino. Para no mirar las musarañas, entablo conversación con David. Le digo, con inocencia, buscando complicidad, que vaya marrón cenar con la parejita. Sus ojos se abren como platos: vaya notición acabas de darme. Esto ya me supera. Me he convertido en la peor enemiga de Irina. Mi amiga bosteza, le propongo huir a otro lugar: acepta encantada. Enfants es mi última -y única- posibilidad de animarle la noche. Por el camino, se queja de que Lucas no le hace caso, yo aprovecho para aliarme con ella y concluir que es un chulo que no nos hace falta para divertirnos. Esta noche es para las rubias.

Pero David y Lucas, tras apurar la copa, nos siguen. Ya en la discoteca, la parejita finalmente se reconcilia y no esconde su afecto. Me engancho a David como un velcro, le espeto feliz que qué suerte tenerle, que así no me quedo sola. Pues es una putada para mí, que podría estar ligando por ahí. Me cae un goterón que encharca el suelo, pero no importa, ya voy bastante alegre, lo suficiente como para agarrar a Lucas del brazo y soltarle muy seria que los catalanes somos muy majos. Si lo sé, he vivido aquí dos años. Por lo menos ya hemos roto el hielo, y el tema dará para bromear toda la noche. Me encanta la gente que baila para divertirse y no para lucirse, y la verdad es que no dejamos de hacer el payaso, y de reír. Incluso Irina, que parecía un poco cansada y no se quitó ni la chaqueta. ¡Vaya bielorusa, que tiene frío en agosto en Barcelona!, y ella se encoge de hombrosSupongo que hacía rato que no la hundía o la traicionaba.

No hemos vuelto a vernos. Se ha mudado a otra ciudad, y si no consigue arreglar los papeles, volverá a su país. Le he escrito un par de veces para ver cómo le va, y me dice que bien, que cuando vuelva por aquí ya me llamará para salir de fiesta.

Lo sospechaba, pero ahora lo he visto claro: no crees que pueda conseguirlo. Sé que si confiaras en mí, si tuvieras alguna esperanza, tu actitud sería distinta: me apoyarías, intentarías que nada me distrayera, te preocuparías por cómo lo llevo. Parece que para ti esto no exista. Pero no importa: es más probable lo que tú piensas que lo que yo sueño, y así almenos no sufres, o no sufres tanto.

Sé que si el examen fuera hoy, no lo conseguiría. Pero quedan tres meses, puedo dar todavía dos vueltas más, y sé por dónde tengo que ir. También sé cuál es mi mayor punto flojo: los nervios. La presión me puede. Puedo ir primera de la carrera, pero sentir al segundo acechando, me pierde. Ha sido la historia de mi vida en los exámenes: puedo conocer el temario al dedillo, pero las ganas de hacerlo perfecto me nublan la mente. Recuerdo el último examen que hice en Medicina, cuando ya había decidido dejarlo: fui con la tranquilidad de quien no se juega nada, y aprobé, sacando el doble de puntuación que un año antes, cuando me presenté por primera vez, temblando. En casi todos los exámenes fuertes, mi nombre sale un poco desdibujado: con el pulso tembloroso de los primeros minutos. Sé que si controlo esa tensión que me recorre el cuerpo, no hay quien me pare. Mamá, ojalá te pueda sorprender.  

El blog me da vida. No es gran cosa, pero me ha acompañado mucho tiempo, tiene una continuidad a lo largo de diferentes etapas de mi vida, y alberga muchas historias, desahogos, que permanecerán en algún rincón de la red. Es algo casi secreto, que apenas conocen unas pocas personas, y que desde hace años tengo decidido no compartir con nadie más. Es algo propio que me hace sentir diferente: puedo estar hablando con alguien, entablar mucha confianza, puede conocerme muy bien: pero nunca sabrá de la existencia del blog, ni de que quizás escribo sobre él o ella. Si un día el blog llegara más lejos, a más gente, perdería su razón de ser. Espero que no ocurra nunca.

la chiru

La conocí al poco de llegar a Polonia. Teníamos la misma edad, éramos las veteranas del grupo, y ello propició que congeniáramos enseguida. Y es que en un Erasmus las amistades son muy intensas: no te queda otra para sobrevivir: estás solo, estás a miles de quilómetros de tu casa y de tus amigos: o te haces un hueco entre la gente o te mueres de asco.

No sé qué hubiera sido de mí sin ella: me cuidó cuando enfermé, que me quedé una semana en cama agonizando con altas fiebres, pidiendo a mis compañeros de piso que no hicieran mucho ruido con sus flirteos y escarceos sexuales. Compañera inseparable de aventuras, de noches locas, se preocupaba por mí como si de una madre se tratara: hasta me hacía mapas para que llegara a los sitios. También fue mi confidente y un apoyo fundamental en los momentos difíciles. Por todo ello, la aprecio muchísimo.

Pero tiene un "defecto" que no he sabido gestionar y me ha distanciado de ella. Sus muestras de afecto, tan abundantes y explícitas que me han hecho dudar incluso de su orientación sexual. Siempre he tendido a buscar amistades del sexo femenino: aparte de sentir más identificación o congeniación, me sentía más segura, tranquila: sabía (o pensaba) que no me echarían los trastos, que no aprovecharían la confianza para conseguir algo más. Pero con chiru no he tenido esta seguridad: al principio, con los abrazos y la necesidad de contacto, pensé que se trataba de una persona afectuosa, faltada de cariño, que echaba de menos a los suyos. Pero después llegaron las caricias y ahí ya me desconcertó: y no supe reaccionar: me supo mal crear una situación violenta y opté por apartarme discretamente cada vez que me tocaba. Pensé que con eso se daría por aludida, que notaría la incomodidad que me producía y no haría falta hablarlo abiertamente. Pero no. Ella seguía igual. Una noche se quedó a dormir en mi casa y me pasó la pierna por encima, mientras me abrazaba por la espalda. Ya era el colmo. Era tarde para iniciar una conversación sobre el tema, así que empecé a evitar toda situación que pudiera propiciar el contacto, sobretodo en la discoteca que era donde más nos veíamos. El colofón fue a la vuelta del viaje de Lituania, cuando en el autobús se acurrucó encima de mí y empezó a acariciarme los brazos, creando expectación y extrañeza entre nuestros compañeros. No podía escapar, y no era plan de montar un numerito allí. Encima me reclamaba que le correspondiera, que le diera mimitos. Le dije que no, que yo no era cariñosa, "soy del norte". Vale, no fue una brillante ocurrencia, ella replicó con que también era del norte, pero almenos conseguí que se cortara un poco.

No entendía nada. Tan pronto tonteaba con un chico toda la noche como me mandaba un mensaje de "te quiero" al llegar a casa. Las pintas tampoco me aclaraban mucho: vestir un estilo hippie no significa nada, aunque resultaba poco femenino, sobretodo por las chirucas que llevaba hasta en la discoteca. Hay ciertos aspectos de nuestras vidas que son algo paralelos y nos hacían sentirnos más cercanas, más comprendidas: pero ello no tiene porqué corresponderse con el afecto físico.

No lo puedo evitar, pero tanto deseo de aproximación tiene un efecto contrario en mí. Estoy alerta, no me siento a gusto y al final la evito. Y me sabe fatal, pero creo que es lo mejor también para ella: para que no se haga ilusiones. Siento que soy más mucho importante para ella que ella para mí, y decirlo directamente a la persona me parece cruel, aunque cortaría el embrollo de golpe. Espero que algún día lo entienda. Y que encuentre alguien que le corresponda como se merece.

Siempre he abanderado la perseverancia como uno de mis valores puntales, porque lo consideraba algo intrínsecamente bueno: unido al esfuerzo, a la coherencia. La antesala del éxito. Pero, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que mis propios ideales han sido mi perdición. Me empeciné en estudiar Medicina, y por ello volví a pasar la Selectividad, y aguanté tres cursos a contracorriente: desafiando todas las señales que indicaban que no era la mejor opción: los bajos resultados a pesar del gran esfuerzo, el agotamiento, la insatisfacción, la tristeza. Aguantaba por convicción: por tozuda. Por miedo a romper mis propias reglas, a tener que desmoronar mi castillo de principios. Todo giraba entorno mi carrera: no había otro sueño, otras motivaciones a las que agarrarme. No trabajaba, no practicaba deporte ni tenía actividades remarcables de ocio. Mi tiempo libre era mi pareja, a la que de forma indirecta también me llevé por delante con la carrera.

A veces me pregunto cómo hubiera sido mi vida si hubiera cedido desde el principio. Si me hubiera resignado con Enfermería. Probablemente hubiera estudiado algo más, como Fisioterapia, que también me gusta mucho, o me hubiera especializado con un máster. O llevaría cuatro años trabajando, quizás en Londres, donde las enfermeras españolas estaban muy demandadas. Nunca lo podré saber. Pero tengo el convencimiento que esas opciones me hubieran dado muchas más oportunidades, más caminos, de los que tengo ahora.

Dejé de luchar por luchar y me decanté por Psicología. No me arrepiento de ello, no me ha costado sacámerlo y me gusta mucho la materia. Es una ciencia todavía muy joven e inconsistente, le falta consolidarse, pero promete. Ahora tengo el reto del PIR. Estoy muy motivada y con mucha energía, me veo capaz, pero soy consciente de las pocas posibilidades que hay. Lo que se me antoja ahora es: y si no lo consigo, ¿qué haré? ¿insistir año tras año hasta que lo consiga?

La perseverancia me ha dado cosas buenas como este blog, que ya lleva siete años en pie. Supongo que es el uso flexible lo que hace algo bueno o malo, ponerlo en práctica en la situación y el momento adecuado. El tiempo va pasando y no puedo quedarme lamentándome por lo que podría haber hecho, por lo que podía haber sido. Todas las decisiones tienen sus consecuencias, y ninguna es perfecta: las habrá más acertadas, pero de todo se puede sacar algo positivo y algo para aprender la lección. Si no hubiera entrado en Medicina no hubiera conocido a mi profesor, que tan crucial ha sido en mi familia. O no me hubiera ido a vivir un año a Barcelona. Todo es cuestión de perspectiva, de adoptar la que convenga para seguir creciendo, avanzando. Ese es ahora mi único principio.

Sí, me hubiera encantado que estudiaras. Pero no por tener un título, que no es más que un saco de conocimientos que se olvidan rápido, si no porque creo que podrías haber explotado más tus facultades e inteligencia, y ello quizás te hubiera hecho sentir mejor contigo mismo, satisfecho. Pero eso es sólo una opinión, una opción entre tantas. Lo único importante es tu bienestar, cómo lo consigas no importa: te apoyaré igual. Has apostado por otra vía y te estás esforzando mucho, aunque es difícil y arriesgado, pero crees en ello y yo creo en ti: creo en tus habilidades y ganas de superación; creo en la motivación, en la perseverancia y la ilusión: sé que lo conseguirás, aunque el principio sea duro. Los primeros reconocimientos ya están llegando: que nada te detenga.