Hemos coincidido pocas veces, pero nos caemos bastante bien. Me recuerda a mis queridas polaquitas, aunque ella es en realidad bielorusa.
Verano, sábado y me toca tomarme el día libre. Me apetece hacer algo. Le envio un mensaje a Irina, a ver si se anima a salir. Me dice que sí, que vaya a su casa a las 10. Cómo odio esa hora, es muy ambigua: ¿me presento sin cenar? Puede ser súper embarazoso, tanto si llego con el estómago lleno y me está esperando con el plato en la mesa, como si voy en ayunas y no tiene nada: y me tiene que preparar algo con prisas, para mí sola. Para no tentar la suerte, le pregunto directamente. En el trayecto a su casa me veo envuelta por una manada de carteristas, que huyen despavoridos al avistarse a lo lejos una pareja de policías. Es un indicio de adónde me estoy dirigiendo: a un barrio chungo de Badalona, pero por suerte vendrá mi amiga a recogerme a la salida del metro.
De camino a su casa, me cuenta que tiene un amigo en casa, y se hace un silencio. ¿Un amigo?, repito toda ingenua, para animarla a continuar hablando. Bueno, más que un amigo. Joder, tenía ganas de contármelo. Así que vamos a cenar los tres juntitos. No te lo he contado antes porque sabía que no vendrías. Buena intuición: odio hacer de aguantavelas. Pero ahí no acaba lo mejor: ¿te acuerdas de aquel que rajaba de los catalanes? Pues es él. La noche promete.
En realidad nos conocemos muy poco. Casi siempre nos hemos visto de fiesta, y con nuestros amigos en común. Tengo que crear un poco de ambiente, de calidez, ahora hace tiempo que no coincidíamos, y su amigo está en la ducha. Le pregunto por el trabajo. Lo he dejado hace una semana, prefiero no hablar de ello. Ahm. Bueno, ¿y el máster cómo lo llevas? Frunce el ceño: no sé qué hacer, creo que también lo voy a dejar. Me estoy luciendo, estoy creando un ambiente que te cagas. Miro a los lados nerviosa, en busca de algo que distraiga la atención de los temas tristes: veo una foto de fondo de pantalla en su ordenador, donde sale una chica, y creo ver la luz y mi salvación. Le pregunto quién es. Es mi hermanastra, que murió hace unas semanas. Puñal en las tripas. Si me hubiera propuesto deprimirla, rallarla y joderle la noche, seguro que no me habría salido mejor. Ojalá pudiera fundirme y escapar de allí. No tenemos suficiente confianza -ni tiempo- para aprofundizar en el tema, que queda zanjado de forma apresurada y abrupta, haciéndome sentir la amiga fiestera que sólo busca diversión y no le importa nada más. Aparece su amigo, se presenta: Lucas. Es hora de cenar: es todo un poco violento, a pesar de que entre ellos no hay más que miraditas. No conozco a Lucas, y lo único que sé de él es que odia a los catalanes. Y así no puedo mantener una conversación, estoy pendiente de mis palabras y de las suyas, atenta por si en algún momento tengo que clavarle el tenedor en el ojo. Ambos recelamos el uno del otro, lo noto, la tensión fluye latente y la mastico a cada bocado. Sin incidentes, acabamos de comer e Irina se marcha a la ducha. Y me deja con él. Reacciono rápido: le pido si me deja un momento el ordenador. Tengo que refugiarme de este mundo cruel, y de su amigo, que supongo que como yo, no sabe qué hacer, y desaparece de la habitación en silencio.
He llevado una botellita de vodka polaco. A ver si esto nos anima. Chupitos a palo seco, no hay tiempo que perder. Sé que el alcohol tardará mucho en subirme, en Polandia me volví bastante resistente.
Salimos, y Lucas empieza a hablarme animadamente, mientras yo intento infructuosamente meter en la conversación a Irina, que está con la mirada perdida y temo que se siente desplazada. Nos juntamos con un grupo de pegajosos argentinos compañeros de piso de David, amigo en común de Irina, que también viene. De hecho, el nexo entre todos nosotros es La Pareja Ideal, pero ya hablaré de ellos otro día. Estamos en una discoteca pija y aburrida, todos esparcidos. Irina habla con un argentino. Para no mirar las musarañas, entablo conversación con David. Le digo, con inocencia, buscando complicidad, que vaya marrón cenar con la parejita. Sus ojos se abren como platos: vaya notición acabas de darme. Esto ya me supera. Me he convertido en la peor enemiga de Irina. Mi amiga bosteza, le propongo huir a otro lugar: acepta encantada. Enfants es mi última -y única- posibilidad de animarle la noche. Por el camino, se queja de que Lucas no le hace caso, yo aprovecho para aliarme con ella y concluir que es un chulo que no nos hace falta para divertirnos. Esta noche es para las rubias.
Pero David y Lucas, tras apurar la copa, nos siguen. Ya en la discoteca, la parejita finalmente se reconcilia y no esconde su afecto. Me engancho a David como un velcro, le espeto feliz que qué suerte tenerle, que así no me quedo sola. Pues es una putada para mí, que podría estar ligando por ahí. Me cae un goterón que encharca el suelo, pero no importa, ya voy bastante alegre, lo suficiente como para agarrar a Lucas del brazo y soltarle muy seria que los catalanes somos muy majos. Si lo sé, he vivido aquí dos años. Por lo menos ya hemos roto el hielo, y el tema dará para bromear toda la noche. Me encanta la gente que baila para divertirse y no para lucirse, y la verdad es que no dejamos de hacer el payaso, y de reír. Incluso Irina, que parecía un poco cansada y no se quitó ni la chaqueta. ¡Vaya bielorusa, que tiene frío en agosto en Barcelona!, y ella se encoge de hombros. Supongo que hacía rato que no la hundía o la traicionaba.
No hemos vuelto a vernos. Se ha mudado a otra ciudad, y si no consigue arreglar los papeles, volverá a su país. Le he escrito un par de veces para ver cómo le va, y me dice que bien, que cuando vuelva por aquí ya me llamará para salir de fiesta.