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el cajón de las metáforas

Estamos en constante evolución. Caminamos, paramos, retrocedemos, probamos, caemos, nos levantamos, cambiamos el rumbo. Todas las experiencias propias y relaciones con los demás, para bien o para mal, y en mayor o menor medida, pasan a formar parte de nosotros, e influencian de alguna manera en nuestra forma de pensar y sentir. Cambian nuestros esquemas, o se reafirman, o se crean de nuevos. Somos todo cuanto hemos hecho, sentido, soñado, y también todo cuanto no hemos hecho, sentido ni soñado. Somos nuestras viejas y nuevas melodías. Somos nuestros éxitos y fracasos, aunque solemos fijarnos más en lo que hemos fallado.

La satisfacción con uno mismo no pasa por haber acertado siempre, por intentar eliminar lo que no nos gusta, porque aunque no queramos eso también forma parte de nosotros. Podemos intentar escapar y huir, pero cuando estemos exhaustos de correr, nos daremos cuenta de que continúa allí, que nos ha seguido como una sombra. También podemos negarla, intentar hundirla en el agua, pero en cuanto nos despistemos aflorará de nuevo a la superficie. Y mientras corramos o intentemos hundirla, seremos conscientes de que luchamos contra ella:  de que está ahí, y el malestar persistirá. Es un proceso duro, pero hay que intentar enfrentarnos a aquello que nos duele, y digerirlo. No se trata de justificarlo o menospreciarlo, si no de desmenuzarlo, analizarlo del derecho y del revés, observarlo desde fuera, sin juzgarnos, y extraer conclusiones, enseñanzas: porque una vez masticado, hay que ser capaz de tragar: de integrarlo en nosotros, de aceptarlo: de aceptarnos a nosotros mismos, perdonarnos y cerrar ese capítulo. Así se llega al equilibrio, a la paz con uno mismo. No podemos cambiar lo que hicimos, pero sí podemos cambiar cómo lo sentimos. Es necesario cerrar las heridas, aunque queden cicatrices, pero que sintamos esas cicatrices como parte de nuestro cuerpo, y que vernos en el espejo no nos duela. Ser conscientes de nuestros fallos y limitaciones es el primer paso para conseguir el progreso, la evolución, la mejora de nosotros mismos, que no se detendrá nunca: no habrá una cima tras la que nos sentiremos satisfechos y nos sentaremos a descansar: siempre habrá algo que mejorar, y la satisfacción vendrá de ese camino continuo de autodescubrimiento, lucha y mejora que nos motivará toda la vida. Los remordimientos nos impiden ese progreso porque nos anclan a un pasado que no podemos rectificar. Soltarnos esas cadenas no es fácil, supone esfuerzo y dolor, pero una vez acabado cada proceso, salimos reforzados, porque somos más libres y más nosotros. Cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles y nos merecemos vivir la única vida que tenemos con plenitud.

M’agradaria que em poguessis mirar als ulls i no sentissis culpa, perque jo ja fa temps que et vaig perdonar. M’agradaria que em poguessis mirar i somriure: i que poguessim tenir l’amistat que sempre, en silenci, hem trobat a faltar.

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