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el cajón de las metáforas

Manchita

Intento firmar, pero tengo los ojos empañados y veo borroso. Es un momento muy especial, llevo toda mi vida esperándolo, y ahora que ha llegado, me parece irreal. He soñado tantas y tantas veces con esto, de tantas maneras, que no me puedo creer que ahora sea verdad. Es sólo un perro, algo que tiene cualquier vagabundo, cualquier adulto que se encapriche, pero yo lo he ansiado desde mi más tierna infancia. Siempre ha sido un sueño frustrado, una ilusión perdida, una súplica ahogada. Veo a esa niña escribiendo cartitas a los reyes magos, firmando contratos con mis padres, chantajeando a mi hermano para que se uniera a la causa, dedicando dibujos y escritos a un perro que no llegó nunca. Ya se le pasará, decía siempre mi madre, e intentaban complacerme con otras mascotas como peces o pájaros, o con peluches que caminaban y ladraban. Era una niña, pero no era tonta. Y no se me pasaba. Presenté completos presupuestos de gastos, programas de paseos, coleccioné durante años revistas y libros de perros. Quería demostrar que no era un capricho, que me iba a responsabilizar, que estaba preparada. Sacaba las mejores notas de clase, era una niña muy buena, vivíamos en una casa con jardín, no entendía cómo no me tomaban en serio, cómo podían negármelo. Era sólo un perro.

Cuando tengas tu casa tendrás perro. Y así fue. Llegó antes que la tele, que los muebles del salón. Un poco más y se instala antes que nosotros. Él sabía desde el principio que no habría negociación posible con este tema. No iba a ceder ni a esperar más.

La vi por internet en una foto movida y rellené el formulario de acogida. A los pocos días me contestaron y fuimos a conocerla. Nada más verla la rechacé. Se nos abalanzó como un caballo desbocado, abriendo la boca como si nos fuera a comer a bocados. Saltaba como un mono por el pequeño patio de la protectora, abalanzándose a lo bruto con sus 25 kg a todo el que pasaba. Ni de coña, vamos a mirar otro. Cogí un cachorro blanco y negro y me fui, dejando atrás a Manchita.

La chica de la protectora nos insistió en que le diéramos una oportunidad a la loca por la que habíamos preguntado. Sentí que me quería vender una enciclopedia, pero como me sabía mal, dejé al cachorro en el suelo de mala gana y accedí a sacarla a pasear. La chica la agarró y le puse la correa, esquivando su bocaza. Así quieta, me pareció mucho más pequeña. Caminamos unos metros y supe que esa era la perra que tanto había soñado. Ella me había esperado en dos perreras, en el frío de la intemperie. Todavía no teníamos las llaves del piso. Pedimos que nos la reservaran en una interminable semana en la que pusimos todo a punto. Escribí varias veces a la protectora, preguntando tonterías, con la única intención de recordarles que era nuestra. No me la podían quitar ahora que la tenía tan cerca.

Y llegó el día. Llegó, tras años, muchos años esperando. Me parecía increíble. Qué suerte ha tenido, nos decía la chica. Y yo pensaba, suerte la mía. Recordaré siempre ese primer viaje en coche en que no sabía cómo ponerse y yo intentaba sujetarla. Tenía tanto miedo, tanta curiosidad. Entró en el piso y se quedó quieta, sin saber adónde ir ni qué hacer. La colocamos sobre su colchón y empezó a temblar, desconocía el tacto de una suave camita. La primera noche lloró y correteó por el piso, desorientada. Lloraba yo también en silencio, sintiéndome mal por ella, pensando que quizás me había equivocado, que ese no era su sitio. La segunda noche pareció enfermar. Apenas se movía ni comía. La veía tan frágil, tan vulnerable, y yo tan impotente sin poder hacer nada. Pensé de verdad que la iba a perder. No me podía creer que mi sueño y mis ilusiones se esfumaran en sólo dos días.

Pero Manchita, que lleva el nombre del pueblo de mi madre, de las vacaciones de verano de mi infancia, superó aquella noche.  A la mañana siguiente la llevamos al veterinario y nos dijo que todo estaba bien.

Tengo tantas ganas de cuidarte, de protegerte. No sé qué vida has llevado hasta ahora, pero sé que no ha sido buena y quiero que lo olvides, que hagas sitio para los buenos recuerdos que te esperan. Te prometo que lucharé para que no vuelvas a pasar hambre, frío o miedo, y si no puedo evitarlo, por lo menos estaré a tu lado. Me alegra tanto cuando vienes por la mañana a despertarme, dándome lametones por la cara (que los odio, pero te hacen adorable), moviendo la cola como un ventilador, que en ese instante se me olvidan los problemas de la vida. Tiene otro sentido volver a casa, que me recibas con fiestas, como si hiciera años que no me ves, como si fuera la última vez. Me transmite tanta paz verte dormir tranquila, acurrucada en el rincón que con tanto cariño te hemos preparado. Eres perfecta. Con tus miedos, tus trastadas, tus manías. Cada pasito que das, cada pequeño progreso, me da fuerzas a mí. Conviertes el piso en un dulce hogar, y esta pareja en una pequeña familia. Eres parte de la vida que siempre he querido.

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