Blogia
el cajón de las metáforas

Le lectura de mi trabajo final de máster caía en día 22, mi número favorito: pensé que eso sería una señal. Me confié. He pasado un año entero trabajando en ese proyecto, y gran parte del verano. Si el proyecto me hubiera gustado el esfuerzo habría sido con gusto. Pero no era así, y se me hizo bastante duro. No le veía sentido a lo que hacía. Descansé las últimas semanas de agosto y decidí apurar al máximo la presentación final porque no quería ver el trabajo ni de refilón. El tutor de centro y de facultad me lo habían revisado y corregido, me aseguraron que estaba bien. Ya sólo faltaba el broche final. Salir del máster por la puerta grande.

Me preparé la presentación la noche antes de la defensa. Lo ensayé una vez. Debería haberle dedicado más tiempo, pero bueno. No podía ni contemplar la posibilidad de ponerme antes, me inundaba una fatiga infinita sólo de pensarlo. Era un día 22, tenía que salir bien. Al cruzar la puerta y ver el tribunal, el aula y mis compañeros, comprendí al instante que lo del 22 era una fantasía de autoengaño, y que me iba a arrepentir de no haber vencido el mal rollito que me producía el trabajo.

Me llaman. Subo a la tarima. Abro mi presentación en el ordenador. El jurado me mira atónito: no tenemos tu trabajo. Yo lo distingo a varios metros de distancia, y lo señalo. Me sueltan la frase que me descompone y sellaría el desastre para el resto de la presentación: ¡pero si el título no coincide! Me giro a la pizarra y compruebo cómo efectivamente, el título no coincide. No coincide porque es el título de una ponencia que presenté dos meses antes, basado en el trabajo, pero con algunos cambios. Un error garrafal. Sólo cambian dos palabras, pero esas dos palabras sentenciarán la presentación. La presidenta del jurado exclama que no se puede cambiar el título a un proyecto de investigación, que eso denota que el trabajo ha sido hecho deprisa y corriendo, a última hora, que no tenía las cosas claras. Es un desastre. No puedo explicarme hasta el final de la presentación, en el turno de contestar las preguntas, y aunque intento argumentar que ha sido un lapsus con la ponencia, ya es demasiado tarde, sólo suena a excusa e intento de justificación. Durante la presentación me tiembla la voz, ya sé que he echado a perder el trabajo. El tribunal me mira con agravio, con desgana. Apenas me hacen preguntas sobre el trabajo. Se te ha visto muy nerviosa, es normal al hacer las cosas con prisas, en el último momento. Me siento agotada y derrotada. No tengo ni fuerzas para defender el trabajo, en el que ya creía poco, pero que ahora odio con todas mis fuerzas. Cómo he podido fallar en algo tan tonto, pero tan grave a la vez. Siempre he sido despistada, y sabiéndolo no debería haberme confiado. Me ponen una nota muy baja, quizás no merecía tanto castigo. Por lo menos apruebo, ya tengo el máster, seguramente nunca me pedirán la nota del trabajo final, querría olvidarme ya de eso y disfrutar del fin de mis estudios, pero me siento profundamente triste.

Me he dado un día y medio de desídia, de no lavarme, ponerme música triste y recordarme lo gilipollas que puedo llegar a ser. Se me ha roto una chancla y me he sentido la más desgraciada del mundo. Ojalá hubiera caído una buena tormenta, para acompañarme en el sentimiento. Pero ya está, considero que esto es suficiente para fustigarme. Libero la rabia y la dejo marchar. Me cuesta, pero me perdono. Necesito que mi parte exigente abrace a mi yo torpona y le diga que la quiere igual. Que se ha esforzado, y lo sabe. Que la próxima vez le ayudará a estar más atenta. Porque a pesar de todo, la necesita para avanzar.

0 comentarios