Blogia
el cajón de las metáforas

El maltratador

Nos conocimos en el bachillerato y apenas tuvimos trato. Él era el típico golfo sobón y fanfarrón incapaz de hablar con una chica sin soltarle alguna grosería o mirarle descaradamente las tetas. Tras dejar el colegio no volví a saber más de él durante años, hasta que un día me lo crucé en la biblioteca. Nos saludamos e hice el gesto de preguntarle qué tal, pero pasó de largo. Pensé, bah, no ha cambiado nada. Cuánta razón tenía aún sin saberlo. Más tarde me escribió disculpándose pero no le contesté.

Pasó un tiempo y volvió a escribirme. Me contó que estudiaba psicología e iba a prepararse el PIR. Parecía que teníamos algo en común y me ablandé. Me insistió en quedar y al final accedí con recelo a un café. Me sorprendió gratamente. Parecía otra persona: serio, formal, estudioso. Con pareja estable. De vez en cuando aún soltaba alguna de las suyas, pero sin llamar tanto la atención. Quizás ahora sí era posible entablar una amistad.

Fuimos quedando más veces, hablábamos sobre todo de psicología y del PIR. Le comenté que era voluntaria en una protectora y al día siguiente fue allí a adoptar una perrita. Me pareció un poco impulsivo, pero no le di importancia: me quedé con el bonito gesto de salvar una vida. Me invitó un día a su casa para enseñarme la impresionante biblioteca-estudio que se había montado en el salón. Me asomé a la ventana y vi la enorme piscina que meses más tarde compartiríamos.

Nos independizamos y fuimos a parar al bloque contiguo. Él y su novia inauguraron nuestro piso y nuestra vida en común. Ella era muy dulce y divertida y congeniamos enseguida. Empezamos a quedar siempre los cuatro, los sábados por la noche. Pizzas y Desperados, en su casa o en la nuestra. Incluso entre semana, para ver el fútbol. Después ni veíamos el partido, pero daba igual, nos lo pasábamos genial. Hablábamos de todo, jugábamos al Party, el tiempo nos pasaba volando. Esperaba con ganas el fin de semana para desconectar, reír. Él estudiaba duro toda la semana y tan sólo descansaba el rato que nos juntábamos. Fuimos testigos de sus avances y sus bajones, le apoyamos día a día. Sufrimos con él los últimos días, las últimas horas. Nos ofrecimos a acompañarle el gran día, y cuando terminó fuimos a festejarlo juntos. Después vino el periodo de incertidumbre hasta que salieron los resultados. También estuvimos ahí en vilo, celebrando su triunfo.

Teníamos tantos planes pendientes. Barbacoas, excursiones, salidas. Era perfecto tener unos amigos tan cerca. Entonces llegó aquel extraño mensaje en que nos comunicaban que habían cortado y ella se había ido de casa. Así, sin más. De un día para otro. Ambos abandonaron el grupo que teníamos los cuatro y nos quedamos mi pareja y yo como si nos hubieran echado un jarro de agua fría. Intentamos contactar con ambos pero no obtuvimos más que evasivas y silencio. Fuimos varias veces a su casa y nunca nos abrió. Algo extraño ocurría, pero no teníamos ni la más remota idea, estábamos absolutamente desconcertados.

Tras unos días volví a escribirle a ella y le dije que aunque no entendía nada sólo esperaba que estuviera bien, y que contara con nosotros para lo que fuera. Recuerdo perfectamente cómo, sentada en el sofá, leí y repetí incrédula esas palabras que se me clavaron como puñales. Lo he denunciado. Johnny me pegaba [Pongo un nombre real por primera y última vez en el blog. No puedo denunciarte en la vida real, pero aquí me quedaré a gusto]. Entré en shock. No podía ser. Nuestros amigos. Cómo había sido capaz de tocarla. A ella, tan dulce y delicada. Me imaginaba la escena y me moría de rabia y pena.

Lloré sin consuelo, de impotencia. Por todo el dolor que ella había soportado, por no haberme percatado de nada a pesar de las señales. Cada detalle que iba conociendo me llenaba más de odio hacia él. Maltrato físico, psíquico, emocional, en todas sus variantes y extremos. Siempre en casa, discreto, sin marcas visibles. Nadie podía sospechar nada. Todo cuanto habíamos vivido durante el último año se desmoronaba como un juego de naipes. Todo me parecía una gran mentira. Nosotros que le abrimos las puertas de nuestra casa y nuestra vida, que le brindamos nuestra confianza y aprecio, con el que compartimos confidencias, sueños, preocupaciones, nos había traicionado de la forma más vil. No sólo era un maltratador, era un cruel hijo de la gran p*** manipulador, machista, egocéntrico, un psicópata de manual al que había invitado cada semana a mi mesa, al que había agasajado con mis mejores postres y manjares. Cuánto nos engañaste, sinvergüenza. Y encima ahora se estrena como psicólogo en el sistema público, con los pacientes más graves y que necesitan más ayuda. Es una vergüenza para el gremio y la profesión, no sé cómo se atreve a tratar el sufrimiento de las personas, si es incapaz de empatizar o sentir compasión, si es que se tiene que aburrir de escucharles, pero me imagino que le debe hacer sentir importante y poderoso jugar con los sentimientos de los demás. Quizás sólo estás en esto para alimentar tu ego, para obtener reconocimiento o solucionar tus propios traumas, pero si alguna vez tengo oportunidad de desenmascararte y apartarte de los más necesitados, no dudes que lo haré. Me das asco, cada vez que me cruzo contigo te partiría esa cara de gilipollas para que sintieras lo que es, para borrarte la sonrisa burlona y pasota que arrastras desde la adolescencia. Pero ella nos suplicó que no te dijéramos ni hiciéramos nada y se lo respetamos. A veces pienso que ojalá no te hubiera contestado nunca a aquel primer mensaje, pero si algo bueno me he llevado de esto, es una fuerte amistad con una chica que no mereces y te da mil patadas en personalidad, inteligencia, simpatía y humanidad.

0 comentarios