Blogia
el cajón de las metáforas

He sanado. Mi cuerpo lo ha conseguido. Vuelvo a comer normal, a saborear la felicidad. Siento tanta gratitud. No dejaré de cuidarte. Y menos ahora que traes un regalo.
Noto algo raro cuando compro una caja de herramientas del bazar y no puedo soportar el olor a plasticucho barato que desprende en la habitación. Pero me extraña que no estaba envuelto, llevaba tiempo en la tienda y nadie más percibe ese olor. Además nunca he sido especialmente sensible con el olfato. Se van sucediendo situaciones similares, acabo rápido algunas entrevistas en el trabajo porque no soporto el hedor que desprenden algunas personas poco aseadas en mi pequeño y mal ventilado despacho, ni el ambientador que echo a continuación y siempre he tolerado. Suelo salir tosiendo y bromeo con la secretaria con que cualquier día me voy a intoxicar con tanto producto que echo. ¿Qué me está pasando? Poco después llegan las náuseas, demasiado pronto. Ahí ya sospecho que estoy sugestionándome y somatizando. Empiezan los retorcijones típicos premonitorios de cada mes y confirmo con tristeza mi teoría de que se me está yendo la olla. Genial.  
Pero van pasando los días y no pasa nada. Qué cruel incertidumbre, como otras veces, hace ya un tiempo. Alargar la espera y alimentar esperanzas contenidas para recibir una bofetada de realidad tardía. Llega el día de san Valentín y no quiero esperar más. No es una fecha especial para nosotros, pero es viernes, no trabajo y quiero disfrutar del soleado día que hace, ir a comer fuera como solemos hacer los viernes. Sé que eso iba a entristecerlo una vez más, estando esquivo, que el día sería raro. Me cuesta dormir pensando en ello. Quiero salir de dudas y a la vez tengo miedo de la decepción, como tantas otras veces cuando hemos esperado un resultado importante. Es muy rápido. Sale la rayita a los pocos segundos. Positivo. ¡Positivo! No me lo puedo creer, todo cobra sentido, no estoy loca, no es algo psicosomático. Le abrazo y lloro de emoción. Es de los primeros reintentos después del primer brote de mi enfermedad. Por fin nos sale algo bien prácticamente a la primera. Es una señal, de que esta vez algo será más fácil? En los últimos tiempos se nos ha torcido todo un poco, la boda, la compra del piso. Esto nos debe compensar y salir bien. Pero por si acaso no nos queremos ilusionar hasta que se cumplan almenos 3 meses. No quiero sufrir más. Nadie lo sabrá de momento, no miraremos nada, le apodaremos de manera impersonal, sin calificativos cariñosos, evitaremos el tema. Eres sólo una expectativa, los planos de una ilusión que aún está por construir.


Son las 5 de la mañana y me despierta un picor que me recorre todo el cuerpo. Abro la luz y observo lo que parecen múltiples picadas de bichitos por las piernas y los brazos. Inspecciono el pijama y las sábanas y no veo nada. A él tampoco le pasa nada. Creemos que son chinches o pulgas que Manchi me ha pasado haciendo una siesta juntas. Pongo el pijama a lavar a 90 grados con desinfectante y intento seguir durmiendo. Pero no puedo, el picor va a más y empiezan a salirme ronchas. Voy antes al trabajo y se lo comento a mi compañero médico, que me recomienda ir a urgencias porque parece una alergia alimentaria. En el triaje ni me miran, una mujer de mediana edad me toma la temperatura, la presión arterial. Le digo que estoy embarazada de 7 semanas y asiente con la cabeza, pero no apunta nada. Después me hacen pasar a un box y la médico me informa, sin hacerme antes ninguna pregunta ni observarme, que tengo una alergia alimentaria y enseguida vendrán a inyectarme un chute de corticoides. Pero si estoy embarazada, ¿esto no es perjudicial? Y me mira extrañada, primera noticia que tiene de mi estado... Tampoco me convence lo de la alergia, han pasado muchas horas desde la cena, y tan sólo comí una crema casera y un aguacate. Desde la enfermedad nos cuidamos bastante y prácticamente elaboramos todas las comidas nosotros, con los productos más naturales y de mayor calidad posibles. La médico ante mi reticencia al tratamiento, me dice "que lo va a estudiar". Me receta a regañadientes una crema con corticoides, que se absorbe menos que una inyección en vena. Pero me advierte que si no mejoro debo volver y me pincharán. Ahí no volveré seguro.
Pasan las horas y la situación empeora. Él insiste en ir al hospital, pero le pido que me dé más tiempo, que la crema aún no ha hecho efecto. Las ronchas se expanden como la lava de un volcán y acaban llegando a todos los rincones del cuerpo, hinchándome las manos, los pies, la cara. Me arde la piel y ya no puedo soportarlo. Han pasado casi 24 horas y debo asumir la realidad. Tengo que ir al hospital y dejar que me pinchen, poniendo en peligro a nuestra pequeña no-ilusión.
Pero no me voy a rendir aún. Me niego a volver al mismo hospital, quiero una segunda opinión. Él está agotado, son las 3 de la mañana, no le apetece ir a Barcelona. Pero juego la única baza que me queda, quiero saber que hicimos todo lo que pudimos por él. Aunque enfurruñado, me lleva a Bellvitge, de allí nos derivan directamente a Sant Joan de Déu por estar embarazada. Ese enorme hospital está vacío, es de madrugada, entre semana, no se oye ni se ve un alma, nos atienden enseguida. Nos vuelven a derivar porque no tienen dermatólogos, pero todo ese peregrinaje tiene un momento único que lo cambiará todo y que no olvidaremos nunca. Me hacen pasar a una sala vacía, en la penumbra. Y ahí, en el silencio de una fría noche, en la cúspide de la agonía y el agotamiento, escuchamos sin previo aviso un latido fuerte y vigoroso que resuena en las paredes, que nos contagia de una súbita fuerza y alegría. Aquello a lo que no queremos poner nombre, tiene un corazón que lucha por sobrevivir, se nos vuelve real y se impone. Me aprieta la mano, se me escapan las lágrimas. Esa será la primera y posiblemente la última ecografía que veamos juntos, un pequeño garbancito. Ya son dos noches sin dormir, y me esperan dos más hasta que consiga descansar un poco. Me visitarán 3 médicos más, con 3 diagnósticos diferentes. Todos coinciden en que esto no dañará los órganos internos y se irá sólo, aunque el tratamiento lo acortaría drásticamente. Mi cuerpo llegará a su límite de ronchas rojizas y abultadas, de insufrible picor. Pero me niego a tomar los corticoides orales y decido confiar en mi cuerpo una vez más. Sé que puede volver a ganar, a pesar de estar debilitado. Me asalta la duda de si estoy haciendo bien, de si me estoy poniendo en peligro, si debo elegir entre él o yo. Si esto te perjudicara me sentiría muy culpable. Se me hacen largas las noches en vela intentando no rascarme. Estoy agotada pero me es imposible dormirme, me molesta el roce de la ropa, las sábanas. Me duelen las manos, me cuesta coger las cosas. Me cuesta andar, tengo los pies hinchados como pelotas. A ello se le suman las náuseas, vomito sin conseguir llegar al baño. Hasta que un día las ronchas empiezan a bajar, y las esperanzas a subir. Lo estamos consiguiendo, voy a poder evitar la medicación. Logro dormir casi ocho horas seguidas y me despierto con el cuerpo aliviado, con una sensación de paz. Compruebo ante el espejo que me estoy curando. Que no te voy a hacer daño. No sé si vas a prosperar, pero ya eres un campeón por haber superado estos días. Gracias por regalarnos ese momento mágico y darme fuerzas cuando más las necesitaba. 

0 comentarios